Por: Jorge Castañeda
Pronto conmemoraremos el 20 aniversario de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El 1º de enero del 1994 comenzó una nueva etapa de nuestra relación con Estados Unidos (y en menor medida con Canadá), que transformó al país. Será un magnífica ocasión para sacar un balance de estos dos decenios en México y reflexionar sobre lo que viene.
En Estados Unidos ya empiezan los esfuerzos de prospección y de revisión histórica. El Council of Foreign Relations de Nueva York ya formó una comisión sobre la integración de América del Norte, presidida por Robert Zoellick, ex presidente del Banco Mundial, ex subsecretario de Estado y ex representante especial de Comercio, y David Petraeus, militar retirado, ex director de la CIA y ex jefe de las tropas norteamericanas en Afganistán. Durante un año buscarán una “gran idea” para el futuro de la región, inspirada en parte por el libro de Robert Pastor (miembro de la comisión) The North American Idea. En México no hay posibilidad de que suceda algo por el estilo, pero por lo menos podemos esperar una buena discusión sobre los saldos del TLCAN.
De darse, ojalá partiera de los orígenes: la verdadera historia de por qué Salinas decidió proponerle el acuerdo a Bush (padre); qué beneficios prometieron, qué denunciaron los críticos o adversarios mexicanos del convenio en cuanto a los peligros por venir. Sabemos que todos los bandos exageraron -ni llegaron todos los frutos prometidos, ni sucedieron todas las catástrofes anunciadas- pero será útil revisar qué predijo cada quien. Tenemos la ventaja del tiempo: cinco presidentes mexicanos, 14 años de crecimiento económico cercano al promedio de las dos décadas, dos muy buenos, dos muy malos, y dos de expansión casi nula (2001 y 2013). De suerte que ningún año demasiado malo o excesivamente bueno impacta mucho. Tuvimos dos alternancias políticas, tratados con otros países, presidentes con mayorías legislativas y lo contrario, ataques terroristas en Estados Unidos, demócratas y republicanos gobernando a partes iguales. Abunda la materia prima para el análisis.
Lo difícil será lograr un debate sustantivo y de buena fe, y la selección de los puntos de referencia. ¿Con qué debemos comparar el desempeño mexicano en el TLCAN? ¿Con los 20 años anteriores? ¿Con ejercicios contrafactuales, por definición hipotéticos, y a veces descabellados? ¿Con lo hecho por países cercanos durante el mismo lapso (Chile o Brasil), o con países lejanos en una época diferente pero en situaciones análogas (Europa del sur, por ejemplo)? Los opositores al tratado señalarán los resultados insuficientes (crecimiento económico raquítico -de 2,5% anual en promedio-, cero aumento de la productividad, inversión extranjera mediocre, escasa reducción de la pobreza, magro incremento del empleo manufacturero y de los ingresos reales), y sus partidarios esgrimirán argumentos en sentido inverso: crecimiento descomunal de las exportaciones (multiplicadas por 6 en 20 años), democratización en México, “efecto Walmart” para las clases medias en pleno ensanchamiento. Los primeros sostendrán que muchas de las desgracias en el país durante estos lustros son atribuibles al TLCAN: Chiapas, narco, economía informal, magnicidios, migración masiva; los segundos responderán que nos hubiera ido peor sin TLCAN. Sería provechoso que todos procuraran fundamentar sus tesis con datos, por sesgados o selectivos que fueran.
Por mi parte, recordaré, en los meses que vienen, la posición que asumí entre 1990 y 1993 de criticar al tratado de Salinas, proponiendo otro acuerdo y no la perpetuación del status quo, y aceptando su realidad una vez aprobado. Trataré de detectar las disyuntivas que se presentaron y en las cuales el país se equivocó, con la ayuda del TLCAN o a pesar de él. Y concluiré, creo, que el convenio no nos trajo grandes daños, que sus resultados son superiores al contrafactual inercial, pero inferiores a las expectativas, a las necesidades, a las posibilidades con un tratado diferente. Bienvenido el debate.