Pasaron sólo 6 días —incluidos dos de fin de semana— desde la asunción de Mauricio Macri y el país ya es otro.
No hubo tiempo aún de anunciar medidas en todos los campos de las políticas públicas, pero el estilo de gobierno es tan opuesto al que rigió por 12 años que ha despertado inmediatamente un clima de confianza y de optimismo que es mucho más importante que la enunciación de los detalles de las medidas concretas.
Hemos recuperado la normalidad. Todas las ceremonias de la asunción se ajustaron a la tradición histórica, fueron sobrias y austeras. El discurso del Presidente ante la Asamblea Legislativa, breve, respetuoso, abierto, convocante.
Al día siguiente, la reunión del ingeniero Macri con los candidatos a presidente que participaron de las elecciones, con la excepción de Nicolás del Caño, quien lamentablemente no aceptó la invitación.
El sábado, el encuentro con todos los gobernadores, que no fueron esta vez un simple decorado de la exposición presidencial, sino que pudieron expresar sus puntos de vista en un diálogo franco y sin condicionamientos.
Hasta el locutor oficial dio el tono del nuevo tiempo: sobrio, serio, neutral.
Tenemos un presidente que se dedica a trabajar, a dialogar, a unir; y un gabinete profesional, con funcionarios de altísima idoneidad, muchos de los cuales llegan luego de muy exitosas carreras en el ámbito privado.
Nada de esto significa, por supuesto, que no vayan a presentarse dificultades. Las habrá y de todo tipo, porque la Argentina está quebrada y las deudas sociales son enormes, como enormes son los déficits en materia de transporte, energía, educación, etcétera.
Pero más temprano que tarde comenzarán a verse los frutos de una Argentina que renace, que deja los experimentos trasnochados y retoma la única senda de los países que crecen y mejoran en serio la calidad de vida de sus habitantes: la del trabajo en el marco del respeto a la ley. No hay mayores secretos.
En menos de una semana se terminó con el cepo, un nombre muy bien puesto porque representaba mucho más que una restricción cambiaria. Era un signo elocuente del más crudo paternalismo estatal, propio de un Gobierno que no despierta confianza, porque comienza por no tenerla él en los ciudadanos, que son sus mandantes. Se dejó de lado el cepo y no pasó ninguna catástrofe. El precio del dólar encontró un nivel —que podrá ir variando, naturalmente— menor al de la cotización blue.
Quedan atrás los múltiples tipos de cambio, las absurdas prohibiciones de comprar y vender moneda extranjera, las arbitrarias regulaciones de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), el dólar ahorro, el dólar tarjeta, los formularios jurásicos, la veda a las importaciones y a las exportaciones. Renace el vivificante clima de la libertad y se abren los candados para que las energías y la creatividad de los argentinos se traduzcan en emprendimientos, en innovación, en trabajo.
Mucho tiempo nos tuvieron a todo el equipo bajo el travesaño, defendiéndonos de agresiones imaginarias. Ahora hemos salido a jugar en toda la cancha y estamos dispuestos a gustar, golear y ganar.