Por: José Luis Orihuela
El lunes 15 de abril por la mañana en la tuitósfera española debatíamos acerca de un editorial del diario El País, “Información de pago”, que abundaba en tema tratado cuatro días antes: “La prensa se asoma al pago en la Red“, bastante revelador de las intenciones del medio de volver al modelo de paywall.
Por la noche, y como viene ocurriendo con las catástrofes, accidentes y atentados durante los últimos 7 años, nos enterábamos por Twitter del atentado en la maratón de Boston. Después de varias horas de seguimiento del tema en Twitter y por los canales de noticias de 24 horas, me di cuenta de dos cosas importantes: que Twitter estaba siempre por delante de la televisión y que no había consultado portales de medios (el del Boston Globe estaba caído).
La cuenta del Departamento de Policía de Boston (“Updates to follow. Please clear area around marathon finish line”) y la de su portavoz, Cheryl Fiandaca (“News conference in 15 minutes Westin Hotel”), se convirtieron en las principales referencias oficiales para el seguimiento de la crisis, y las coberturas basadas en Twitter volvían a triunfar, como Boston Marathon Explosion de la agencia Reuters.
En el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 especulé acerca de cómo hubiera sido el 11S con redes sociales, y la tragedia de Boston ha demostrado tanto las fortalezas como las debilidades de los medios sociales como fuentes informativas durante una catástrofe.
Especialmente los periodistas, pero por extensión todos los prescriptores en redes sociales, deberían tomar buena nota de los consejos de Jeremy Stahl, editor de medios sociales de Slate, y del ex secretario de prensa de la Casa Blanca, Ari Fleischer, acerca de cómo tuitear durante una crisis: “A journalist’s guide to tweeting during a crisis“. El rumor, la especulación, el sensacionalismo, las bromas de mal gusto y el spam sobre las etiquetas de los atentados revelaron, nuevamente, que en la era de la información se hace cada vez más difícil construir conocimiento.
Mientras tanto, el Boston Globe abre sus contenidos de pago: “All BostonGlobe.com stories are available to non-subscribers right now for coverage of the Boston Marathon explosions”, una razonable decisión para evitar una paradoja sobre la que ya había advertido un periodista: “La espiral de embargos de portada y muros de pago conduce a un momento de locura perfecta: tener la noticia del año y no contársela a nadie”.