Por: José Luis Orihuela
Es habitual que, como profesor en una Facultad de Comunicación, me pidan sugerencias de profesionales para cubrir un puesto o exponer en un evento, y lo cierto es que en los últimos años junto a los nombres que propongo solo incluyo, a modo de referencia, un enlace al perfil del candidato en LinkedIn.
Atrás quedaron los tiempos en los que uno recibía y enviaba currículos en papel (no más de un folio, según la recomendación habitual), y cada vez parece más desfasado (por invasivo y desactualizado) su equivalente en PDF distribuido por correo electrónico.
La red social profesional LinkedIn acaba de cumplir 10 años, y al igual que nos ocurre con otros servicios de internet como Google, YouTube o la Wikipedia, apenas recordamos cómo era nuestra vida sin ellos.
Mal que nos pese, para muchos sectores de actividad, es cierto lo que afirma la especialista Elisabet Cañas: “hoy en día si no estás en LinkedIn no existes”. Pero aquí, al igual que en el resto de las redes sociales, estar es mucho más que haberse registrado: la eficacia del perfil (en términos de visibilidad) depende de que los datos requeridos estén completos y de que el usuario esté bien conectado con los prescriptores de su ámbito.
Como sostiene Juanma Roca en su libro Revolución LinkedIn: “gracias a esta red profesional, el empleado, el directivo, el consultor, el profesional en general, negocia a nivel mundial con su perfil, con su tarjeta de presentación, y explota su perfil y su habilidad para extender su red de contactos por doquier”. Un buen perfil en LinkedIn funciona, en efecto, como una tarjeta de visita virtual, la base para comenzar a construir tu identidad digital.