Con este título no quiero significar que el asunto no sea importante; lo es. Tampoco pretendo sugerir que en vez de hablar se debe actuar; aunque creo ello. El título refiere puramente a las penosas implicancias recientes de la retórica del gobierno estadounidense sobre la crisis en este país árabe.
Un año atrás Barack Obama proclamó que el uso de armas químicas sería una línea roja. Esa frase espontánea y no coordinada con sus redactores de discursos lo puso en aprietos doce meses después cuando alrededor de mil cuatrocientas personas, cientos de niños entre ellas, fueron gaseadas en las afueras de Damasco. Forzado a abordar el asunto con seriedad, el presidente de los Estados Unidos advirtió que la credibilidad presidencial y la imagen de la nación estaban en juego y sumadas las consideraciones humanitarias, morales y estratégicas, concluyó que la acción bélica era el único curso de acción viable para castigar al gobierno sirio por su conducta inadmisible y a la vez disuadir a futuros regímenes malhechores de replicar esas acciones. La Casa Blanca comprendió que permitir a Bashar al-Assad permanecer en el poder daría el mensaje equivocado respecto de la proliferación de armas de destrucción masiva, el fortalecimiento de Irán como mandamás regional y la seguridad mundial.
El caso a favor de la guerra contra Siria fue montado. Se explicó que el desastre humanitario es tan descomunal que la familia de las naciones no podía seguir indiferente. Se alegó que debía contenerse el advenimiento de un eje chiíta que recorre el arco de los ayatollahs en Irán, los alauitas en Siria, Hezbollah en el Líbano y los adherentes en Irak. Se advirtió contra las consecuencias que la inacción en Siria tendría sobre la lectura en Teherán, que consolidaría su esfuerzo nuclear. Y así, un presidente pacifista, premiado con el Nobel de la Paz, famoso por su oposición a los emprendimientos militares de su antecesor, deseoso de abandonar Irak y Afganistán y reticente a involucrarse en Libia, se vio obligado a bregar por la acción militar en Siria.
Cuando Gran Bretaña no pudo acompañarlo, la Liga Árabe lo abandonó, la ONU se paralizó, el G- 20 titubeó, el Vaticano protestó y la opinión pública local dudó, el presidente recurrió al Congreso para validar su curso de acción. Su único consuelo lo encontró, al igual que Humphrey Bogart décadas atrás, en Francia: “siempre tendremos París”.
Y entonces algo increíble ocurrió: su secretario de Estado habló de más. Inicialmente, John Kerry había realizado unas declaraciones correctas acerca de la responsabilidad de proteger y del papel de Estados Unidos como garante del orden global. Transmitió efectivamente la noción de que si Washington actuase, otros lo seguirían, pero si Washington no lo hiciera nadie más lo haría. Pero luego, al igual que Obama un año atrás, se dejó llevar por la espontaneidad y la embarró. Primero dijo que la acción militar contemplada era “increíblemente pequeña”, frase que -con el trasfondo de una Casa Blanca insólitamente publicitando los alcances, objetivos, medios y duración de la guerra anticipadamente- desarmó el andamiaje retórico a favor de la intervención. Luego, disertando en Londres, la misma ciudad que ató las manos del premier Cameron previamente, Kerry anunció que si Assad entregase su arsenal químico en el plazo de una semana, entonces su país no atacaría a Siria.
Rápidamente, Rusia respaldó la idea y seguidamente Siria le dio la bienvenida. La diplomacia se reactivó. El caso pro-ataque se desintegró. En su discurso a la nación, Obama supeditó un eventual ataque al resultado de las gestiones de la iniciativa de Vladimir Putin, el máximo aliado de Damasco.
Que yo sepa nunca antes una gaffe generó política exterior. Y desconozco si algún otro pronunciamiento presidencial instantáneo puso a una nación en el sendero de la guerra. Pero lo que debemos entender es que lo que está sucediendo en Siria tiene implicancias geopolíticas, estratégicas y humanitarias que trascienden un par de citas casuales. Los políticos se pueden desdecir y de hecho lo hacen regularmente. Las consecuencias de la acción o la inacción en Siria, en cambio, no tendrán marcha atrás. El caso a favor o en contra de una contienda bélica no debe depender de unas pocas palabras indeseadas.