El Gobierno vive una situación política inestable. El Presidente de la república transita su segundo período con una geografía interna muy distinta a la de su primer Gobierno, en que él era omnímodo como presidente y tenía a todos los grupos frentistas alineaditos, con sus respectivos líderes en ministerios, comprometidos con la gestión (José Mujica en Agricultura, Reinaldo Gargano en Relaciones Exteriores, Mariano Arana en Vivienda, Danilo Astori en Economía).
En esta segunda elección llegó a ella con cuestionamientos. No solo apareció una candidata en competencia, sin chance pero reveladora de que había quienes discutían la figura del Dr. Tabaré Vázquez, también quedó claro que muchos otros apenas se resignaban a la candidatura del ex presidente por ser el único con chance de ganar. Resignación no es convicción.
Instalado el nuevo Gobierno, ya se han visto las marchas y las contramarchas que hemos comentado más de una vez: que el Antel Arena, que la designación de una integrante de la Suprema Corte de Justicia, que el TISA, que la esencialidad de los servicios educativos, que la contención del gasto… Era impensable que a solo seis meses de Gobierno se hubieran dado tantas controversias y que ellas, invariablemente, hubieran terminado con el retroceso gubernamental, en algunos ocasiones en una situación realmente desdorosa. Es evidente que el PIT CNT hoy es el gran factor de poder, el mayor adentro de la coalición, y que el propio Presidente no cuenta con una estructura propia.
Todo indica que esa inestabilidad continuará. Como dijo el otro día Juan Castillo, ahora funcionario gubernamental, en el Frente Amplio hay un ataque de “perfilismo”, a lo que añadió que, con la esencialidad, “se comió un garrón” y que puso su cargo a disposición. El ministro Ernesto Murro también actuó con la misma amenaza: o mantenían un artículo presupuestal propuesto por él, que condicionaba los aumentos en la educación a un acuerdo con el Gobierno, o “Búsquense otro ministro”. Por supuesto, nadie se fue, pero el clima es ese.
La puja presupuestal ha sido un escenario de controversias, pulseadas, alianzas hechas y deshechas al compás de los acontecimientos. Los de Astori no aceptaban que se tocara nada y al final se sumaron a los del Movimiento de Participación Popular (MPP) nada menos que para retacear fondos al Plan Nacional de Cuidados, que es el buque insignia del Presidente para este período. En la reasignación de recursos, el más perjudicado es, justamente, el propio Presidente de la república, aunque a última hora le hayan disminuido un poco la rebaja.
Todo ese ir y venir nace de los “perfilismos” que menciona Castillo. Se mira hacia adelante y no se ven claros los posibles relevos de la nueva generación. Agotada la etapa de Vázquez, Mujica y Astori, ¿qué viene detrás? Raúl Sendic, ungido número 2, viene muy cascoteado; Daniel Martínez recién arranca en la Intendencia y ya se verá… De ahí que, entonces, aparecen “los perfiles”, los que se muestran para que se les observe, los que tratan de asumir posiciones innovadoras o a veces críticas para aparecer en los medios.
Pasados diez años de Gobierno, además, aflora el tema ideológico, como ocurrió con el TISA. La mayoría del frentismo de a pie aún mantiene aquel viejo sueño de la sociedad distinta, de la alternativa al capitalismo, del rechazo a la globalización, de no pagar la deuda externa, de repudiar al Fondo Monetario Internacional, de “más y mejor Mercosur”, de calificar como vinculada al repudiado “Consenso de Washington” a toda medida de equilibrio fiscal, de jamás “reprimir” una manifestación estudiantil porque eso es fascismo. De aquel pasado solo les va quedando el amor a las dictaduras marxistas (Cuba) o a las populistas enemigas de los Estados Unidos (Venezuela). Oírlo a Eduardo Bonomi estos días es enternecedor: parece un ministro de la dictadura explicando una intervención militar o un exceso policial.
Entendámonos: no se trata de que el Presidente no comprenda que la modernidad pasa por incorporarse al mundo global y competitivo de la excelencia educativa, de la innovación tecnológica y la productividad. Lo que ocurre es que los que tiene debajo, más que convencerse, se han resignado a muchas de estas cosas y por eso las ejecutan tan mal. Son guerreros de la Edad Media en pleno Renacimiento; están fuera de época pero tratan de sobrevivir. Saben que conservar el poder pasa por aceptar esas ominosas reglas del capitalismo y lo hacen a regañadientes, tratándose de engañarse a sí mismos de que están haciendo “socialismo”, cuando —como alguien ha dicho— no pasan de un “batllismo degradado”.
Todo indica que la sangre nunca llegará al río y que las controversias se irán resolviendo en cada caso. El calor del oficialismo es muy rendidor y nadie quiere caer en el frío del ostracismo político. Pero de este modo no hay un Gobierno capaz de manejar una situación que cada día muestra más nubarrones. No estamos más en la época dorada de la bonanza. Hay que gobernar, hay que tomar opciones y eso le cuesta mucho a los “compañeros”. Lo malo es que ya, también, le está costando mucho al país.