El ex presidente José Mujica sigue caminando por el mundo hablando de todo, diciendo una cosa y la otra, con muchos aplausos por su forma más que por el contradictorio fondo de sus dichos. Así, después de desearle suerte al Presidente electo de Argentina, dijo: “Mis temores tienen que ver con la estabilidad institucional de la República Argentina, en un dibujo político que no es fácil, no es sencillo, pero ojalá que esta desconfianza, también hija de la historia, no se confirme…”.
Ya sabemos que Mauricio Macri tendrá que enfrentar una situación gravísima: un país sin reservas monetarias, unos tipos de cambio distorsionados que van desde 9 a 15 pesos, una trama de subsidios cruzados que alteran la comercialización de productos básicos y una serie de reclamos que costarían mucho dinero a un presupuesto sin equilibrio fiscal. A partir de ahí, poner dudas sobre la institucionalidad argentina es aventurado y peligroso.
Que nos perdone el ex Presidente. Su personaje de Mujica comunicador tiene libertad de palabra, pero el límite se lo pone el Mujica ex presidente. No es cualquiera que habla. Es un ex presidente, que no puede —no debe— dudar de la institucionalidad de un país hermano que acaba de pasar por una ejemplar elección e instalar un nuevo partido en el Gobierno. Dudar de la estabilidad no solamente agravia al Gobierno electo, sino que quizás hiera aún más a la oposición, porque ya la está ubicando en actitud conspirativa.
Si hay temores de estabilidad, es porque se dibujarían ya en el horizonte corrientes que no aceptan el pronunciamiento electoral y estarían agazapadas esperando para dar el zarpazo.
No es responsable transgredir ese límite.
En otro orden, se lanza a defender a Venezuela de la propuesta del Presidente electo argentino de que planteará la vigencia de la cláusula democrática en el caso del país del petróleo. Dice entones: “Es muy fácil criticar a Venezuela cuando hay muchos otros para criticar; en Asunción, Paraguay, mataron a cuatro alcaldes, y está ahí al lado”.
Comparar a Venezuela con Paraguay es desconocer el día y la noche. Paraguay tiene instituciones funcionando y, si bien murieron candidatos a alcaldes de la oposición, eran integrantes de grupos armados y violentistas que cayeron en enfrentamientos con la Policía. Allí no está en juego la institucionalidad. En Venezuela, en cambio, no hay separación de poderes, no hay libertad de expresión del pensamiento y los líderes políticos de la oposición están presos. ¿Cómo pueden confundirse conceptos tan fundamentales?
Bien sabemos que la Argentina ha tenido en el pasado una institucionalidad muy agrietada. Pero los últimos años, pese a los excesos del kirchnerismo, demuestran la solidez de instituciones que los han resistido. Se advierte, además, la presencia de una generación peronista que parece funcionar con otra idea de la democracia. No se debe, entonces, estar sembrando dudas, confundiendo el tema y cultivando el descrédito. Así es que se crean las burbujas de inestabilidad que luego se transforman en arrasadoras bolas de nieve.