A la era de la crispación y la epopeya refundacional sucederá un tiempo de normalización de un país que tiene todo para salir adelante y convertirse en la nación moderna y próspera que todos esperamos.
Se ha terminado el dedo acusador, punto final a la construcción de un enemigo que se alternó entre Clarín, la década de los noventa, o los fondos buitre, en un relato crispado, divisionista de la ciudadanía, que enfrentó a la Argentina con el mundo. Cristina Fernández de Kirchner se ha retirado del gobierno con el mismo ánimo bélico con que gobernó, quebrando la honrosa tradición democrática de que el mandatario saliente entregue los símbolos de la magistratura a quien le sucede por mandato popular. Es una lástima por la Argentina, aunque eso a partir de hoy será apenas una anécdota, una mala anécdota, que se incorporará al currículo de arbitrariedades de la época Kirchner.
Mauricio Macri ha hablado con sencillez, convocando a la unidad y a la cooperación. Saludó a quienes fueron sus competidores en la elección, rivales pero no enemigos. El pueblo acompañó con alegría, vivió una fiesta que no se frustró por el encono de quien demostró que no reconoce la ética de la derrota, consustancial a la democracia.
El nuevo Presidente va a tener un comienzo extremadamente difícil. Hereda un Estado sin reservas monetarias, con una enorme inflación, disfrazada y tergiversada desde el propio Gobierno, con una administración envenenada, con una Justicia a la que en buena parte se contaminó y corrompió desde la autoridad, con una economía llena de subsidios cruzados y distorsiones de todo tipo, con un crédito internacional agotado…
Sin mayorías parlamentarias, la tarea será ímproba. Esperemos que la gente entienda que las difíciles medidas a tomar son la inevitable consecuencia del despilfarro y la arbitrariedad anteriores.
Felizmente, el nuevo Presidente ya ha convivido con un Gobierno hostil, demostrando paciencia y habilidad. Ahora tendrá que apelar a esas virtudes para ir normalizando la vida del país. Insistimos en ese concepto de normalidad, porque es lo que hoy más necesita la Argentina. Es un enorme país, con riquezas naturales copiosas y gente brillante en todos los sectores de la actividad. El solo cumplimiento de la ley, el solo respeto a los tratados y contratos atraerá inversiones y generará trabajo, pero requerirá un tiempo prudencial.
No hay duda de que las relaciones internacionales también serán normales y que, como consecuencia, Uruguay y Argentina recuperarán el manejo de sus respectivos intereses con los modos propios de la diplomacia.
Para el Uruguay es muy importante una Argentina próspera y democrática. Vivir en un mal barrio nunca es buena cosa. Falta ahora que Brasil reconquiste su flujo institucional normal, con Dilma Rousseff o sin Dilma Rousseff , pero siempre dentro del marco de la Constitución y alejando las dudas sobre la estabilidad del Gobierno. Desde esa perspectiva, todo irá a mejor. El populismo retrocede y las fuerzas democráticas vuelven a avanzar en nuestra América Latina. Bienvenidas.