Por: Manuel Socías
Hugo Moyano parece extraviado. Ahora olvida años de historia propia y ajena. Hace unos días, en uno de sus cada vez más habituales exabruptos, caracterizó al ministro de Trabajo Carlos Tomada como “uno de los traidores más grandes del movimiento obrero”.
Al decir eso desconoce el papel que le cupo a Tomada en la implementación del enfoque que se le dio a las políticas públicas económicas y sociales desde 2003. Un enfoque que modificó de raíz la dinámica laboral de exclusión instalada desde mediados de la década de los setenta. En los últimos diez años, desde el Gobierno Nacional, y en particular desde el Ministerio de Trabajo, se promocionó el empleo de calidad, productivo y justamente remunerado, y se amplió y redefinió la protección social orientada a proteger a la mayor parte de la población. Ejes a través de los cuales el actual modelo socioeconómico mejora las condiciones de vida de los argentinos.
Oculta también que Tomada forma parte de un gobierno que, bajo el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner, posicionó al trabajo en el centro de las políticas públicas, como articulador entre lo económico y lo social, como factor básico de ciudadanía. No recuerda tampoco la creación de millones de puestos de trabajo, la desocupación de un dígito y los más de mil convenios firmados anualmente. Desdeña, entonces, la promoción de la negociación colectiva, la revitalización del valor institucional del salario mínimo y la puesta en marcha de decenas de iniciativas profundamente transformadoras, como el Plan Nacional de Regularización del Trabajo, el Plan Integral para la Promoción del Empleo y el Plan Estratégico de Formación Continua, a partir del cual se capacitaron más de un millón y medio de trabajadores en articulación con cientos de sindicatos y empresas.
Quizás esta nueva versión de Moyano prefiera otro tipo de ministros de Trabajo, como, por ejemplo, los aliancistas Patricia Bullrich y Alberto Flamarique o como Álvaro Alsogaray, este último parte de los equipos “técnicos” del gobierno de Arturo Frondizi.
Además de omitir que hasta hace no mucho elogiaba profusamente al Gobierno y al propio Tomada, Moyano comete el peor de los pecados para un dirigente político: el de la vanidad, al confundir el movimiento obrero con su propia figura. Olvida así que la situación de los trabajadores argentinos ha mejorado sustancialmente durante estos últimos 10 años y que el pueblo trabajador acompaña en su enorme mayoría el actual proceso político.
Ojalá el “viejo” Moyano, aquel que combatió el neoliberalismo y formó parte de las transformaciones de esta década, le refresque un poco la memoria y lo ayude a recupera la coherencia y, de paso, también la mesura.