Las humildes virtudes del kirchnerismo

Manuel Socías

Pasadas las primarias conviene poner en perspectiva alguna de las virtudes del proyecto que gobierna al país hace diez años para aguarles la fiesta a los sepultureros que ante cada traspié se apuran en firmar el respectivo certificado de defunción del kirchnerismo.

El  kirchnerismo tiene muchas virtudes, una de ellas su previsibilidad. Para saber cuál es su rumbo, basta ver el camino recorrido. Diez años son suficiente archivo para no equivocarse. Te gusta o no te gusta, pero sabés de qué se trata. Esta década, además, certifica su carácter transformador. La sociedad argentina es otra​:​ es  más soberana, más plural, más justa; es mejor. A nivel personal y familiar los porteños hemos vivido estos cambios. Sin embargo, y a contrapelo de lo que ocurre en el país, nuestra ciudad está estancada. Tiene los mismos problemas que hace diez años, y en determinados aspectos ha retrocedido preocupantemente: el tránsito es un caos, la basura llena las esquinas y las inundaciones son un ​riesgo recurrente. 

Fiel a su genética conservadora y más allá de su buen marketing, el Gobierno de la Ciudad disminuye la inversión en educación y salud, mientras aumenta los impuestos, destina millones a propaganda y yerra ahí donde pretende innovar. Conservadurismo ideológico e ineficiencia en la gestión de los recursos, explican mucho de lo que sufrimos diariamente en la ciudad. Ante eso, desde el kirchnerismo porteño proponemos hacer en la ciudad lo mismo que hicimos en el resto del país junto a gobernadores e intendentes: reforzar lo público, a través de la recomposición del Estado, y transformar a Buenos Aires en una ciudad más democrática, equilibrando las asimetrías sociales y geográficas que aún padecemos.

El  kirchnerismo es también coherente. Y quizás por eso no es tan divertido para la lógica chimentera con la que los medios hegemónicos abordan la política. Los candidatos del FpV repiten siempre lo mismo, porque piensan siempre lo mismo. Son parte, en definitiva, del mismo proyecto desde hace diez años, estabilidad que es  imposible encontrar en las otras opciones electorales. Aquellos que votaron al Frente para la Victoria en agosto, y luego lo harán en octubre, saben qué tipo de leyes van a proponer y a apoyar sus representantes. Una agenda consistente de justicia y bienestar social. No hay mucho misterio.

Si en el PRO tenemos agazapados a todos los sectores de privilegio, en la Alianza UNEN la cosa es más confusa, porque allí conviven pseudo-progresistas con neoliberales, apocalípticos de derecha y de izquierda. Es una oposición sin proyecto. Hablan de gestión quienes casi nunca gestionaron y cuando lo hicieron pusieron al país al borde de la disolución.

El  kirchnerismo es, además, posible. Correr por izquierda desde la comodidad de quienes no tienen ninguna responsabilidad institucional es fácil. El Frente para la Victoria es un proyecto de poder y de gestión, no una aventura testimonial. Por eso, es menos estridente: se propone objetivos concretos y los cumple. Avanza con cuidado, por etapas, reconociendo lo que falta y asentando lo logrado. A los que lo agreden por su “relato” les responde con la contundencia de los números de su gestión.

Transformador, coherente  y posible, ésas son las humildes virtudes del kirchnerismo. Una expresión política que aprende de sus errores y escucha al pueblo para mejorar sus propuestas. Porque aprender no puede nunca significar resignarnos a lo dado y renunciar a nuestra vocación de construir una patria y una ciudad más justas e igualitarias.