Por: Manuel Socías
Ya no es posible “hacer política” como se la hacía hace 10 años. La década de gobierno kirchnerista es un parteaguas difícil de soslayar para cualquier protagonista o analista que se aparte un momento de sus preconceptos. Si bien su verdadero impacto será juzgado con el transcurrir de las próximas décadas, no podrá desconocerse hoy que este proyecto político es el que define las características y definiciones del resto de los actores.
Setenta años atrás, el primer peronismo había generado algo semejante. Luego de la década de gobierno de Juan Perón, la política no pudo volver a hacerse de espaldas al pueblo (y si se hacía, producía fenómenos como el de la resistencia peronista). Sólo una sangrienta dictadura militar, represión y proscripción mediante, pudo arrancar de nuestra sociedad parte del impulso igualitario que se había propagado entre 1945 y 1955. Perón había democratizado el bienestar del pueblo de la mano de un movimiento obrero organizado y poderoso, había amplificado derechos civiles y había consolidado la independencia económica del país. Las conquistas habían calado hondo. El kirchnerismo retomó esa herencia democrática, nacional y popular y la profundizó.
En estos últimos diez años, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner modificaron radicalmente la agenda política. Cualquier discusión seria no puede desconocer que hoy pisamos sobre nuevos cimientos. Hay mojones de progreso a los que la Argentina llegó y de los que no se puede retroceder. Ese es probablemente uno de los legados más importantes de esta década: la conciencia de las conquistas y de la necesidad de defenderlas.
Muchos son los caminos recorridos que no podrán ser desandados sin resistencia. El principal, el lugar central que hoy ocupa el Estado y la responsabilidad que le cabe en la armonía del tejido social. Tras décadas de desmantelamiento, el kirchnerismo privilegió al Estado como la herramienta para crecer con inclusión, lo que supone intervenir allí donde se generen asimetrías, tanto en la sociedad como en la economía. Demostró también que ese crecimiento no puede hacerse sólo, aislado de los vecinos. Por eso, y en otro proceso sin retorno, profundizó la integración latinoamericana.
Otro rasgo transformador e irreversible de esta década residió precisamente en haber concebido el empleo como uno de los ejes de la política macroeconómica. Durante la década del noventa, se habían entregado los instrumentos de política económica (monetaria, cambiaria y fiscal). El kirchnerismo los recuperó y planteó una herramienta adicional, que es la política de ingresos, a través del salario y la seguridad social.
Para que el modelo fuera sustentable económicamente, las variables debían funcionar coordinada y solidariamente: la política fiscal, la política monetaria, la política cambiaria y la política de ingresos. Esta nueva ingeniería política fortaleció la capacidad del Estado y se tradujo en hechos concretos impactantes. El Estado no estuvo sólo en este proceso. Los movimientos sociales y los sindicatos fueron parte determinante de él. De allí el apoyo que estos le dieron al gobierno de Néstor primero y luego al de Cristina.
Asimismo, y al igual que el peronismo originario, esta década ensanchó la ciudadanía, dándole un vigor que desborda en mucho la formalidad del ejercicio del voto. A la intensidad que se le dio a la política de derechos humanos en relación al juicio y castigo a los responsables de la última dictadura, se la acompañó con mucho futuro, avanzando más allá, a través de la asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la multiplicación del presupuesto educativo y la inclusión digital.
Por último, y a consciencia de la importancia de la dimensión mediática en la conformación de las expectativas ciudadanas, se propuso la democratización y desmonopolización de la comunicación audiovisual, poniendo sobre el tapete y en una tensa pero saludable discusión el rol de los medios en la política y en la sociedad. Se hizo transparente lo opaco para que los debates que aún falta dar en nuestro país se hagan entre todos y a la luz del día.
La política habla hoy un nuevo lenguaje, un lenguaje parido con esfuerzo en esta década. En este sentido, el kirchnerismo es una ruptura radical con nuestro pasado reciente. Retomando y actualizando tradiciones que parecían perimidas y sepultadas, nos hizo más y mejores ciudadanos.