“Si aparezco suicidado, busquen al asesino; no es mi estilo…”, dijo el juez federal Claudio Bonadio cuando fue consultado acerca de su vergonzoso desplazamiento de la causa Hotesur.
Hace apenas unos días, desde estas misma columna, titulábamos unas reflexiones como “Magistrados a la carta” y decíamos que “Remover un magistrado judicial que no se adapte a la ‘nueva era’ por estos días es cuestión de segundos”.
Bonadio fue separado abruptamente de la causa penal que más preocupa al Gobierno de un plumazo. Los camaristas federales Eduardo Freiler y Jorge Ballesteros cortaron por lo sano.
Ya no eran suficientes las campañas mediáticas en contra del juez que se atrevió a investigar a los más altos cenáculos del poder. El que resistió una y otra de las operaciones mediáticas construidas en su contra, con la inestimable colaboración de los medios de comunicación afines al Gobierno.
La causa Hotesur ahora tendrá aire. El nuevo magistrado que se designe tendrá que tomarse su tiempo para analizar un expediente tan voluminoso y complejo. Pasarán los días, los meses. Tal vez, los años.
El Gobierno tiene un concepto de poder muy particular; el poder es uno solo y le pertenece al Ejecutivo. Mejor dicho, al presidente. El resto de las actividades del Estado son meras funciones.
¿Y la división de poderes? ¿Y la Constitución Nacional? ¿Y Montesquieu? Eso es para la Facultad de Derecho, para aprobar derecho político o derecho constitucional, nada más.
Ya no son necesarias las operaciones secretas llevadas a cabo por nefastos personajes, con veleidades de James Bond, en boliches nocturnos o en hoteles alojamiento. Ya no son necesarias las actividades de espionaje ilegal en cuentas corrientes, títulos de propiedad, viajes o fotografías de la juventud.
Ahora solo alcanza con un mecanismo más simple: ¿No nos gusta o nos perjudica el juez o el fiscal? Lo sacamos y ponemos a otro. Así de simple.
Por estas horas se cumplen seis meses de la muerte violenta del fiscal Alberto Nisman, en circunstancias aún no esclarecidas.
Ya que -todavía- no dijeron que Claudio Bonadío es mitómano, delirante, alcohólico, drogadicto, siervo de los servicios de inteligencia y hasta socio de los fondos buitre, como hicieron con el fiscal especial para el caso AMIA, por lo menos, cuídenlo, que no se suicide.
Es lo menos que se merece.