Por: Mariano Carpineti
La crisis internacional de 2008 dio lugar a políticas monetarias ultra-expansivas, que generaron quietud en los mercados internacionales. Sin embargo, la recuperación de las economías avanzadas dan cuenta que estamos en presencia de un claro cambio de ciclo en políticas, si comparamos la situación desde el estallido de la crisis, donde los Estados Unidos plantearon, mediante la fuerte baja de las tasas de interés, una guerra de monedas entre el euro y el dólar.
Ante el lento repunte de la economía interna de los Estados Unidos, la quietud de los mercados se extendió seis años, no obstante, resultados del tercer trimestre mejor del esperado en términos de actividad y empleo comienzan a dar más credibilidad al rumor que la Fed, comandada por Janet Yellen, empezaría a subir lentamente la tasa de interés (luego de la finalización de su política de quantitative easing), y en consecuencia, abandonaría la guerra de monedas.
A este cambio de ciclo también se le suma Japón que desde la implementación del “Abenomics” comenzó su propia suba de tasas para neutralizar la apreciación del yen.
Para un país como Argentina, fuertemente dependiente de la exportación de materias primas, es importante tener muy en cuenta la debilidad o la fortaleza del dólar, ya que esto repercute de manera directa en la economía nacional. La fortaleza o debilidad de la divisa estadounidense se correlaciona directamente con el precio de los commodities, y en nuestro caso, en la actualidad la soja es la principal (y casi única) fuente de ingresos de dólares al país.
Esto no significa que el fortalecimiento del dólar deje atrás toda la bonanza de los commodities, ya que el precio de estos también dependen de condiciones de oferta y demanda de los mercados mundiales, sino que es de esperar que ante un aumento de la tasa de interés de los Estados Unidos, se fortalezca el dólar frente a otras monedas y, en consecuencia, muchos capitales especulativos que hoy buscan ganancias en el mercado de materias primas tomen posiciones en divisa norteamericana, lo que desaceleraría el precio de estas últimas, generando una caída de los términos del intercambio para los países exportadores.
Esto, además de los conocidos (e inmanejables) desequilibrios macroeconómicos del frente interno, introduciría un shock exógeno externo negativo, debido a que la soja es la principal vía de acceso de divisas que el país tiene: una suba de la tasa de interés por parte de la Fed presionaría a la baja el precio del cultivo agrícola (independientemente de las condiciones de oferta y demanda), lo que sin duda generaría no sólo menos dólares sino también menores ingresos tributarios en concepto de retenciones. De esta forma, estamos cerca del final del renombrado “viento de cola” y por lo tanto, una fuerte desaceleración de la economía nacional, justo en el marco de una fuerte caída del nivel de actividad por cuestiones internas.
El rumbo económico mundial está cambiando de manera desfavorable para las economías dependientes de recursos naturales y capitales baratos.
Lamentablemente, Argentina no supo aprovechar los años de bonanza y se dilapidó todos los ingresos generados por el sector externo (tanto en concepto de ingresos fiscales como reservas internacionales) en momentos en los que la economía no los necesitaba. Hoy en día el panorama interno, y sobre todo fiscal, es otro, y los cambios en la economía internacional no harán más que profundizar el problema de la restricción externa.