Por: Martín Guevara
El drama de los refugiados sirios que está de rabiosa actualidad estos días en Europa, que de por sí constituye un motivo de preocupación, me sumió además en una triste observación.
La tragedia que traen de sus tierras de origen los exiliados se ve agravada cuando pasan por las manos de los criminales serbios, búlgaros y húngaros, que no dudan ante la posibilidad de ganar unos beneficios con el tráfico ilegal de personas.
Pero lo peor les espera al cabo de las mafias, los Gobiernos y la sensibilidad general de la población de estos países ex satélites de la URSS. En relación con la “solidaridad”, los derechos humanos, casi inexistentes, en tanto Austria muestra una sensibilidad y sobre todo una forma de actuar ejemplar.
La historia de la primera mitad del siglo XX nos demostró claramente que no es que los austríacos sean intrínsecamente bondadosos y que en cambio los húngaros, serbios o búlgaros sean cucos demoníacos por naturaleza.
Este es el resultado del perverso experimento muy inapropiadamente llamado “comunista”, ya que no cumplía siquiera con los basamentos que tal ideología propugnaba por entonces y que en el continente europeo tuvo lugar en los países de detrás del muro de Berlín, donde menor desarrollo capitalista existía.
Hoy en día, donde hay más cantidad de jóvenes neonazis provenientes del proletariado es precisamente en aquellos países del este europeo y dentro de Alemania.
Me gustaría poder decir que espero que en Cuba ocurra otra cosa, pero mucho me temo que las nuevas generaciones, compuestas ya, de ejércitos de jóvenes apolíticos hasta los tuétanos, defensores de la anticultura, del peor pésimo gusto en las formas y de la antiestética más merca chifle imaginable, también portarán en sus genes el rechazo a todo discurso relacionado con valores de solidaridad, genes que fueron torneados, moldeados y forjados en el más intenso y premeditado fiasco que acompañó a toda esa jerga, a toda esa terminología de obligado uso, que las presentes y futuras generaciones no podrán evitar relacionar con la inenarrable estafa a que fue sometida el pueblo cubano durante medio siglo.
Sincera y lamentablemente, hay que admitir que ya resulta mucho más diáfano y fácil compartir criterios culturales y éticos e incluso políticos, aunque se encontrasen en las antípodas, con los cubanos que fueron deportados en los primeros años de la “involución” que con estos voraces retoños en que se han convertido las últimas camadas de aquel utópico proyecto del hombre nuevo, más parecidos en cualquier caso a pichones que encarnan el renacimiento del mítico Tiranosaurio Rex.