Por: Pablo Das Neves
Seamos sinceros. Todos la veíamos venir. El mismo sentimiento perverso que hace que nos detengamos a ver un accidente en la ruta nos llevaba a observar como UNEN se dirigía hacia una resonante implosión.
Toda esta situación carecía de suspenso. Conocedores de la presencia de Carrió dentro del frente UNEN, todos sabíamos que era una bomba a punto de estallar. Solo había que esperar y mirar, munidos de un balde de pochoclo como en toda película de acción.
El “fenómeno Carrió” ha hecho suficientes méritos para ser un leading case en los claustros de las Ciencias Políticas. Desde su irrupción como la promesa progresista académicamente preparada y moralmente intachable de la centenaria Unión Cívica Radical, a su presente como depredadora serial de acuerdos, incontinente verbal (cuyos fueros la salvan de recorrer tribunales), y funcional al conservadurismo corporativo, han pasados muchas etapas de Lilita.
De todas ellas, la etapa mística probablemente fue la más colorida. ¡Cómo olvidarla! Eran tiempos donde recorría los estudios de televisión –su ámbito de militancia- con una figura cuidadamente desprolija y un gigante crucifijo colgado al cuello. Su discurso se encontraba plagado de citas bíblicas, la gran mayoría de ellas referenciadas a un próximo Apocalipsis, donde un gran Armagedón social vendría a poner fin al sufrimiento de los pueblos e instaurarla a ella como el mesías.
Claro que toda esa beligerancia verbal que la caracteriza, cuidadosamente amparada en fueros que otorgan inmunidad de opinión, a veces chocaba con la dura realidad y -como se dice en el barrio- tenía que recoger el barrilete. Así sucedió con el ex presidente Eduardo Duhalde quien, cansado que lo injuriaran, le realizo una querella donde la brava Carrió debió pedir disculpas públicas, cual niño que se porta mal.
El fenómeno Carrió despierta en la mayoría de los argentinos un instinto primario conocido por todos. Lo que Carrió trasmite, aunque nos cueste reconocerlo, es una suerte de temor o miedo. Este es un esquema adaptativo y constituye un mecanismo de defensa, como una aversión natural al riesgo o a una amenaza. Pero el miedo que despierta Carrio no es el producto de sus profecías apocalípticas. En realidad, es el miedo a que Carrio alguna vez pueda conducir los destinos del país y nos encontremos todos a bordo de un barco conducido por alguien que hace del egocentrismo político su religión. Afortunadamente, la sensatez popular en el 2011 solo le ofreció su acompañamiento en un 1,84% de los votos.
Hoy, las acciones y desplantes de Carrió solo son funcionales al kirchnerismo y, por carácter transitivo, al macrismo. Ya a nadie sorprende que el “plan Bachelet” – donde CFK aspira emular a su par trasandina dejando a un exponente de la derecha (léase Macri) para que fracase y pavimente su regreso triunfal – es la planta que con esmero riegan diariamente desde los despachos oficiales
El histórico operador “Coti” Nosiglia, cuyas habilidades se encuentran al servicio del ex presidente de Boca Juniors, hábilmente manipuló los hilos que mueven a Carrió para que, con paciencia de artesano, destruyera el incipiente armado opositor que era (o fue) UNEN. Ahora, el hombre que operaba para Alfonsin deberá esmerarse para que la topadora Carrió solo llegue a las puertas del PRO. Porque se sabe que si avanza un metro más desde allí, el PRO terminará recogiendo sus propios escombros, al igual que UNEN.
En el portazo de salida de UNEN, Carrió se encargó de tratar de narcotraficantes a una docena de dirigentes políticos (todos con más respaldo popular que ella), de enferma a la Presidente, de corruptos y mediocres a sus ex socios, y hasta ironizó sobre la discapacidad física del Gobernador de Buenos Aires. Ese tipo de comportamiento debería llamarle la atención incluso a quienes la siguen políticamente.
Es momento de ayudar a Carrió. La Argentina debería agradecerle lo (poco) que hizo por ella y ofrecerle la jubilación política. Es hora de que la cordura llegue al poder.