Por: Pablo Das Neves
No hay dudas de que los próximos años serán —como reza la maldición china— tiempos interesantes. El tantas veces anunciado fin del ciclo k finalmente llegó y con él todas las especulaciones posibles. Si bien en los próximos tiempos criticar al kirchnerismo por sus errores será un popular deporte nacional, lo cierto es que los verdaderos planes de Cristina Fernández de Kirchner no se han modificado en lo más mínimo. Sí, así de maquiavélica suele ser la política argentina.
Daniel Scioli nunca fue del agrado de la señora. Su estilo tibio, dialoguista y corporativo la exasperaba. La conversión del bonaerense al kirchnerismo duro lo terminó de alejar del votante medio. La Presidente saliente hubiese preferido siempre a otro delfín, pero correrlo al motonauta hubiese significado enfrentarse a buena parte del peronismo clásico y territorial, aquel que ella —por falsa conciencia de clase— detesta profundamente.
Lo cierto es que Cristina decididamente jugó en contra de Daniel. Nadie puede creer que la sucesión de groseros errores y fuego amigo al que fue sometido el gobernador haya sido casual y no premeditado. Las declaraciones de personajes que le harían un gran favor al país si se jubilaran, más el ninguneo a peronistas históricos fue un lastre demasiado pesado para alguien que no se caracteriza por golpear la mesa y definir una posición política propia.
Dos razones impulsaron a la Presidente a sabotear la campaña de su delfín. En primer lugar, la experiencia empírica de la política argentina prometía que Scioli haría con ella lo mismo que ella hizo con Néstor, o Néstor con Eduardo Duhalde, o Duhalde con Carlos Menem. Freud decía que siempre existía el anhelo inconsciente de matar al padre, no literalmente, pero como metáfora del deseo de deshacerse de sus ordenamientos e influencia para al fin lograr la libertad. Si el célebre austríaco hubiese vivido en la Argentina, podría haber sido un exitoso analista político del peronismo.
Pero la razón más importante es el Plan Bachelet que excita a los seguidores k de paladar negro. Atrincherados en la (reducida) cuota de poder que aún ostentan, el kirchnerismo sueña con emular a la presidente trasandina y volver triunfante en cuatro años. Para ello, la minada macroeconomía argentina como regalo a la gestión entrante funcionaría, según aspira el núcleo duro k, como catalizador de esos anhelos.
A la espera de que el peronismo se encolumne sin reparos bajo el liderazgo de Cristina, algunos gobernadores permanecerán fieles, como el caso de la cuñada Alicia Kirchner, la fueguina Rosana Bertone, o la catamarqueña Lucía Corpacci. Algunos legisladores nacionales harán lo propio. Mientras que CFK, cual Charles De Gaulle en el exilio, se ocupará de la malograda résistance k con un discurso crítico y duro. Poco, demasiado poco para el sector que lideró con mano de hierro la política argentina por 12 años.
El (verdadero) peronismo es y hará otra cosa. Liberados del yugo de la chequera y el látigo, un nuevo peronismo se eleva por sobre las cenizas del kirchnerismo. Moderno, republicano y federal, el peronismo puede resurgir gracias al trípode político integrado por figuras jóvenes como Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey; una liga de gobernadores experimentados como Mario das Neves, Carlos Verna, Alberto Rodríguez Saa y Juan Schiaretti; más el consejo de experimentados dirigentes como Manuel de La Sota, Eduardo Camaño o Roberto Lavagna.
De este peronismo no puede esperarse que se sume a la résistance k, sino que tenga un ánimo constructivo en los próximos años. El Gobierno entrante se encuentra con un tablero de poder atomizado y necesita de la construcción de consensos. Producto de la necesidad o por convicción, el diálogo y la negociación serán permanentes y necesarios, y en este escenario el nuevo peronismo cumplirá un rol fundamental.
Algunos experimentados k lo saben e intuyen. Saben que un acuerdo de gobernabilidad entre el PRO y el nuevo peronismo los aleja del deseado retorno. Exasperados por esta realidad, esperan que el escaso margen por el que se impuso Mauricio Macri se transforme en una debilidad estructural de su mandato, pavimentando el regreso de la jefa en el 2019. No deja de ser curioso que justamente ellos tengan ese pensamiento, sabiendo que hace unos 12 años un flaco y desgarbado hombre del sur por el que nadie jugaba un pleno llegó a la Presidencia después de haber perdido la contienda y con sólo el 22% de los votos, para luego crear un espacio de hegemonía que monopolizó la política argentina por más de una década.
Una cosa es segura: viviremos tiempos interesantes.