La reciente visita del Presidente de Estados Unidos a Europa ha tenido un acento inédito al incursionar en algunas incógnitas sobre el futuro del Reino Unido. Por un lado, ha destacado insistentemente la importancia que reviste para Washington que el aliado histórico principal no deje de ser miembro pleno de la Unión Europea. Por otro, se mostró contrario a la independencia de Escocia que desmembraría una parte significativa de la Gran Bretaña conocida.
El énfasis pone de manifiesto la importancia que revisten ambas cuestiones en el pensamiento estratégico norteamericano. Ambos temas, que se resolverán por consulta popular, son percibidos como afectando la fortaleza y credibilidad de Londres como potencia europea y, en particular, el papel que ha ejercido de articulador pro americano en Europa. Ningún otro lo podría reemplazar con el mismo carácter, ni siquiera Francia.
Un Reino Unido más débil no sería del mismo provecho geopolítico. Desde la perspectiva norteamericana una Europa sin el Reino Unido correría el riesgo tanto de eventuales oscilaciones estratégicas, como de fracturas internas, que podrían comprometer los intereses de alcance global de Estados Unidos. Los recientes sucesos en torno a Ucrania son un ejemplo de alarma, en particular ante la creciente dependencia energética alemana de Rusia. Ese mismo germen ya estuvo presente en la coalición que puso fin a la dictadura en Libia así como en la resistencia de algunos europeos a incursiones militares en Siria.
En este contexto, no sorprende la actitud militante de Barack Obama a favor de un Reino Unido más integrado tanto en su propio archipiélago como en el contexto europeo. La duda es si su apelación tendrá éxito para generar un corriente de opinión distinta, en particular en el partido conservador que siempre ha tenido una inclinación euroescéptica. Margaret Thatcher se opuso a adoptar el euro como moneda y David Cameron ha sido el impulsor del referéndum del 2017.
Habrá que ver si las perspectivas de la nueva dinámica de poder mundial podrán cambiar algunos pronósticos que indican que las tendencias de los británicos no irían en la dirección que aspira Estados Unidos. Será igualmente interesante, en cualquier hipótesis sobre la resolución de estos dos temas, conocer cuál sería el perfil internacional futuro del Reino Unido. El tema debería ser también relevante para la Argentina por cuanto podría eventualmente influir, en un plazo quizás no muy prolongado, en el comportamiento británico respecto al Atlántico Sur.