Francisco es un Papa que “incomoda”; eso nos enorgullece y nos lleva a celebrar sus dos años de pontificado. Dos años de entrega profunda trabajando por la paz en el mundo, siempre motivado por preservar la Dignidad de la Persona Humana.
¿A qué me refiero con que incomoda? El con su ejemplo nos interpela, nos sacude en nuestra comodidad invitándonos a involucranos. Y eso a mucho no les gusta. Hace ya dos años que Francisco se animó a involucrarse en los asuntos más álgidos de la política mundial. Sorprendiendo y descolocando al visitar villas y priorizando siempre a los más necesitados, a los más pequeños… nada más cristiano.
Hace ya dos años rescata del olvido a los marginados del viejo mundo, como quiso mostrarnos en su viaje a Lampedusa. Se acerca a a los más relegados de la sociedad como son los jóvenes, brindándoles su aliento y sus palabras, como sucedió en la Jornada Mundial de Río de Janeiro.
Dos años en los que cada Jueves Santo todos esperamos conocer a quien lavará los pies durante la celebración de ese día: menores que cumplen condena, discapacitados… Este año además visitará una cárcel donde lavará los pies a hombres y mujeres detenidos, siguiendo con un gesto que ya realizaba como Arzobispo de Buenos Aires. Así, él nos muestra la importancia de estar al lado de quien más lo necesita, del olvidado, de aquel que espera una bocanada de esperanza.
Por muchas cosas más, Francisco es un Papa que “incomoda”. Apenas dio sus primeros pasos como Papa, conmovió a la humanidad entera con ese saludo inicial en el que afirmó que lo habían ido a buscar al fin del mundo y donde se presentó, como todo un símbolo, como el obispo de Roma. Esa noche, ante millones de personas, el cardenal Jorge Mario Bergoglio se nos reveló con la elección de su nombre como Papa: Francisco. Nombre que inevitablemente nos lleva a pensar en el Pobre de Asís, quien con su pobreza y humildad causó una revolución en la Iglesia de su tiempo. En similitud con el Santo, el Papa Francisco revoluciona e incomoda: así se nos muestra como una bocanada de aire fresco y de renovación que muchos, no sólo católicos, estábamos esperando.
Francisco es un Papa que “incomoda”: busca la paz en donde nadie la quiere y nos interpela a los políticos para que obremos por el bien común, para que trabajemos por la gente y como gesto recibe a dirigentes de las más diferentes posturas y pensamientos. No podemos quitar de nuestros corazones el abrazo frente al Muro de los Lamentos de las tres grandes religiones: el judaísmo, el Islam y el Catolicismo. Días más tarde se produjo el histórico encuentro entre el presidente de Israel, Shimon Peres, y el dirigente palestino Mahmoud Abbas actuando él como anfitrión. La Paz y el diálogo interreligioso son y serán algunos de los pilares que continúa sosteniendo hoy Francisco y que desde esta Ciudad de Buenos Aires, del fin del mundo, él ya venía construyendo siempre apostando a la riqueza de la diversidad.
Digno de admiración es también su coraje por asumir los grandes desafíos de este siglo: la familia, recuperar su valor, atender sus conflictos y peligros. Esta es una meta que él persigue desde el primer día y por ello la realización del Sínodo de la Familia, que deseamos sea muy fructífero para toda la sociedad.
Día a día, en todos los ámbitos, hace vida la Palabra con sus pequeños y grandes gestos como otra manera de mostrar que en las pequeñas cosas están los grandes cambios.
Qué paradójico que lo revolucionario de su apostolado tal vez sea volver a invitarnos a centrar la vida sobre esos valores que llevan cientos de años y que, aunque muchas veces pareciera que no existen, estoy convencida que son esos los que garantizan el verdadero desarrollo humano en sus múltiples dimensiones personales y sociales.
Es por todo lo anterior que nos toca escuchar lo que nos pide Francisco, con los oídos bien abiertos y ponernos en acción. Francisco no solo vino a cambiar las cosas, vino a que, saliendo de nuestra comodidad, cambiemos las cosas.