Por: Walter Habiague
Cristina, por boca de Máximo Kirchner, lazó una provocación que sería completamente absurda desde lo institucional, si no supiéramos que en su lógica cerrada, el oficialismo no medra en la normalidad sino que recibe los tributos de la excepcionalidad: “Si están tan interesados en terminar con el kirchnerismo, por qué no compiten con Cristina”.
Lo que a simple vista parece la torpeza de político rudimentario, cobra un sentido que trasciende la simple provocación después de las afirmaciones del Ministro de Defensa Agustín Rossi y del diputado nacional Andrés Larroque.
Resonando todavía en los medios el lúcido acto de La Cámpora en el estadio de Argentinos Junior el pasado sábado, estos dos referentes oficialistas salieron a abundar sobre lo evidente: el “cristimismo” se repliega sobre el “kirchnerismo“, prepara su salida a toda matineé, estropeando la entrada del próximo gobierno mientras desestabiliza hoy el poder de mañana.
El ministro Rossi acusó (o debería haberlo hecho si realmente creyera en lo que afirma) al dirigente sindical Luís Barrionuevo y al gobernador de Cordoba, José Manuel de la Sota, de andar “con una cajita de fósforos y un bidón de nafta” en referencia a los mentados estallidos sociales de diciembre. Estallidos que ha sido prolijamente profetizados desde el oficialismo, incluso desde el atril presidencial en forma de “matineé”.
Torpe estrategia sería de parte de Barrionuevo y De La Sota. ¿Qué opositor se arriesgaría a quedar pegado por provocar estallidos sociales para desestabilizar a un gobierno que, por fuerza, debe dejarlo en un año? No hacen falta fósforos y nafta. Con la Constitución Nacional sobra.
Por su lado el diputado Larroque nos advierte que cualquier gobierno surgido de la voluntad popular, pero que no haya pasado por el tamiz de una victoria sobre Cristina Fernández, no será legítimo. “Qué legitimidad puede tener un próximo Gobierno que no compite con quien concita la mayor adhesión de nuestro pueblo”, es la pregunta textual que nos formula Larroque. Si fuera lícito contestar con otra pregunta: ¿ese gobierno no tendría acaso una legitimidad de origen exacta a la que tuvo el ex presidente Néstor Kirchner con aquel 22%, gracias a que Menem se bajó de la segunda vuelta?
Ambas afirmaciones conforman el cuerpo de una táctica de doble vía que el oficialismo pone en práctica ante el irreversible abandono del poder en 2015: con un brazo pretende abonar la zozobra social generando un escenario de caos bajo la responsabilidad de sus “enemigos”, de forma tal que le permita afrontar su salida del poder en medio de una épica escénica, y con el otro deslegitima al próximo gobierno para cumplir con el deseo del ministro De Vido de posicionar a la Presidente como único referente válido de la oposición a partir del 2015.
La estrategia que desnuda esta táctica, según algunos dirigentes peronistas, es terminar de destruir el peronismo y ocupar su lugar histórico. Enigma envuelto en un misterio, también se sostiene que esa estrategia es apenas el rostro políticamente digerible de un proyecto exclusivamente familiar.
Cuando lo evidente no tiene lógica alguna…
Lo que aparece como un subproducto de esta irrupción hereditaria en el escenario político es una decisión que afecta a los presidenciables, tanto oficialistas como opositores. A los de dentro porque los fuerza a ir en columna detrás de la conducción camporista o a ir por fuera del espacio “kirchnerista”. Los que opten por la segunda, inevitablemente irrumpirán en el esquema opositor, ya bastante disperso, llevando más confusión que votos. Esta habilidad (voluntaria o no), vuelve a demostrar que la Presidente sigue siendo el motor de la política nacional, marcando agenda propia y ajena.
Mas importante que estos análisis al paso, es la reflexión que le toca a la dirigencia política atenazada por este doble juego que se estrena desde el sábado en el excelente acto de La Cámpora. Porque los brazos de tan abrumadora tenaza oficialista ponen en juego por un lado la vida del pueblo argentino y la institucionalidad de la nación por el otro, con el solo objetivo de preservar la mayor cuota de poder posible.
Es lógico que el “kirchnerismo”, en el final de su mandato, apueste el todo por el todo y que use para sus fines al país y a su pueblo. Es lógico porque a lo largo de sus abundantes períodos ha roto con la oposición, co propios y extraños, todo canal de diálogo, ha dilapidado los intereses comunes y finalmente ha quedado sin nada para negociar porque quiere todo.
Los espacios de poder son moneda de cambio en política. Esto es así. Bueno o malo. Es. El “kirchnerismo” ha inaugurado esta semana una táctica por la que los espacios de poder ya no se negocian. Ahora el poder y la legitimidad se incendian, se rompen y se acopian.