Las acusaciones de Carrió a UNEN de tener una vocación suicida y propiciar una política de minorías chocan con la realidad de su conducta, que se ha caracterizado, en los últimos años, por una marcada inclinación a la soledad y al individualismo. Sus creaciones políticas han durado un instante, pues al menor contratiempo las destruye. Su mirada del acontecer de los últimos treinta años es, asimismo, rápida y ligera y no se asienta en un pensamiento elaborado y meduloso. Su lucha histórica contra el peronismo la ciega, volviéndola primitiva y tosca. El 20 de abril del 2003, en el programa de Mariano Grondona, ante la afirmación del periodista de que Carlos Menem crecía en la intención del voto, afirmó que el expresidente tenía la rara habilidad de potenciar y expresar al hijo de puta interior que corroe nuestras vidas. Ahora, acusa al conjunto del peronismo de ser narco y de no tener una política para acabar con la inseguridad. No percibe que al interior de este partido hay profundas diferencias, pues no es lo mismo aliarse con Occidente que con Venezuela e Irán, desregular que regular, privatizar que estatizar, intervenir que liberar. Sí, tiene razón respecto de la corrupción y la droga pero esto les cabe a muchos políticos y no a un solo partido. Debiera ser más estilista en sus análisis.
La mirada histórica de Carrió
Pasado y presente van y vienen, con más o menos rigor, en la memoria de los hombres. Hay por lo general cierta coherencia en esa línea y en el caso de Lilita asombra por su lógica. En las sucesivas notas que dio para explicar su ruptura se respaldó en cuatro hombres del pasado que para ella han sido símbolos de la política grande: Alem, Lisandro de la Torre, Juan B. Justo e Illia. ¡Asumiéndose radical se olvidó de Hipólito Yrigoyen! Sorprendente ausencia para quien pretende ser referente de acuerdos políticos amplios y generosos al servicio de las mayorías. Veamos.
Leandro Alem, tan admirado por el progresismo político y por Carrió, tuvo enormes diferencias con su sobrino Yrigoyen. Mientras el primero admiraba a Mitre el segundo respetaba a Roca. Ambos propiciaron movimientos cívico-militares, sin embargo sus objetivos fueron diferentes. Alem revolucionaba con el afán de tomar el poder e Yrigoyen para lograr el cambio en las leyes electorales. Eso quedó claro cuando en la revolución del 1893 en la Provincia de Buenos Aires, el Gobernador Costa, asediado por los revolucionarios, les ofreció derrocar juntos al presidente, idea que Alem aceptó inmediatamente e Yrigoyen rechazó. No conforme con esto don Hipólito liberó a Pellegrini, hombre del “régimen”, capturado por los revolucionarios, en un gesto que los radicales tradicionales jamás podrán explicar. Y estos son apenas dos ejemplos que marcan la diferencia entre un radical propenso a los golpes de mano, por lo tanto a conducir minorías y otro dispuesto a la construcción política acompañado por las mayorías. De este último Carrió no se acuerda.
Juan B. Justo no le fue a la saga a Leandro, jamás pudo construir un partido de masas. Y de Lisandro de la Torre ni hablar: opositor fervoroso de Hipólito Yrigoyen, con quien se batió a duelo, fue su contrincante en las elecciones de 1916 y participante activo del golpe del 30’ vinculado al fascista Uriburu. Asombrosa simpatía por parte de quien se pretende defensora de la República. Finalmente, la doctora Carrió muestra orgullosa su foto infantil en brazos de Illia a quien reivindica como tribuno de la democracia. Dudosa sentencia para quien fue Presidente con el 24% de los votos aprovechando la proscripción del peronismo.
Y no hago esta reseña histórica con el afán de cavar trincheras que a nada conducen. Sencillamente observo que los elegidos de Lilita han sido políticos de minorías incapaces de actuar sobre la realidad y que dos de ellos acabaron sus vidas tempranamente producto quizás de frustraciones de las cuales no podemos ignorar las políticas. Un comentario final, entre los olvidados de Lilita está, también, Alfonsín.