Ocurre que la mayoría de los economistas y los periodistas entendidos en asuntos de números coinciden en que la situación económica nacional es delicada y se vienen tiempos peores. El Gobierno lo niega y los políticos en condiciones de ganar votos evitan hablar del asunto, pues, como el tifón no aparece aún en el horizonte y el común no lo percibe, resulta de todo esto: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Por lo tanto, de eso no se habla.
De todos modos, y a pesar de los políticos, la crisis está en los diarios y en los análisis de los entendidos. De manera que aparece inevitable para el próximo Gobierno una devaluación, el cierre del grifo estatal, el arreglo con los holdouts, la recomposición con el mundo capitalista avanzado, el fin del cepo, el libre giro de divisas de las empresas extranjeras, la transparencia de las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), entre otras lindezas.
Dicho esto y eventualmente corregidos estos dislates kirchneristas, los problemas no se cierran con estas medidas. El verdadero dilema, la encrucijada fatal de la Argentina futura no se resuelve con en estas medidas coyunturales comunes a la totalidad de los partidos con posibilidades de acceso al poder. Pues, ¿de qué sirve devaluar, pagar a nuestros acreedores, levantar el cepo, recomponer nuestra relación con occidente si continúa el modelo sustitutivo de importaciones que se rearmó con la llegada de Eduardo Duhalde a la Presidencia y se prolongó hasta la agonía que estamos viviendo? Modelo que se sostiene con el consumo de divisas proveniente de los sectores del campo, altamente competitivos internacionalmente, la renta agraria para subsidiar una industria obsoleta que provee trabajos de bajísima productividad y con pocas condiciones de satisfacer la demanda laboral del conjunto nacional. Por lo tanto, una desocupación ocultada con planes y subsidios que provienen de la renta agraria, utilizada como limosna, más cercana a las damas de beneficencia que al peronismo industrioso. Este progresismo obsoleto responde a una cultura rentística muy arraigada en nuestra historia cultural y social.
En la cena recaudatoria que Daniel Scioli organizó en Costa Salguero quedó en evidencia lo afirmado hasta aquí. En su mesa sentó a la flor de la canela del sustitutismo anacrónico: Jorge Sorabilla, Juan Carlos Lascurain, Alberto Sellaro, Osvaldo Rial, entre otros.
¿Qué sector político podrá, entonces, dar una respuesta al nuevo reordenamiento de la Unión Industrial Argentina, que debate una nueva conducción: Techint o Arcor? Esto es, industrias nacionales globalizadas que superaron la etapa de la sustitución de importaciones y los mercados cerrados, atreviéndoseles al mundo capitalista altamente competitivo. ¿Qué sector político dará una respuesta a la agroindustria aplastada por la política progresista del actual Gobierno?
La Argentina pasó muchísimos años desconectada de la economía mundial. Al retirarse Inglaterra de nuestro horizonte comercial en la década del cuarenta, nos quedamos a “vivir con lo nuestro”. No nos fue bien, la inflación y el déficit fiscal hundieron toda esperanza de grandeza.
La irrupción de China e India en la década del noventa nos abre una nueva oportunidad de inserción mundial. Distinta y más provechosa que la del ciclo británico. Habrá que ver quién se atreve a esta revolución. La única posible en los tiempos que corren.