Ser cristiano y simpatizar con Judas es una decisión incomprensible. No sé si alguna vez pasó. Creo que no. Pero si hubiera llegado a ocurrir, se trataría de un desquicio moral de proporciones gigantescas con ribetes demoníacos.
Algo parecido ocurre, naturalmente, salvando la distancia, los hombres y el contexto, con el merengue de asumirse como peronista y reivindicar la figura de Héctor Cámpora, hasta el límite de bautizar con ese nombre a una agrupación juvenil que hace de la militancia y del peronismo una vocación cuasi religiosa. En este último caso me refiero a los jóvenes, incautos e inocentes, que han creído en la honestidad de una causa. No en sus jefes, que se han enriquecido de manera inmoral. Inmoralidad similar a la de identificarse con el peronismo y llamarse camporistas.
¿Quién fue Cámpora?
Héctor J. Cámpora nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 26 de marzo de 1909. Estudió medicina en la Universidad de Rosario, carrera que abandonó para reiniciar estudios de odontología en la Universidad de Córdoba. Una vez recibido, se estableció en San Andrés de Giles. El 17 de octubre lo sorprendió en su pueblo y se volcó a la política. Fue elegido diputado nacional por el Partido Independiente, una de las tres formaciones políticas que en 1946 llevaron a Domingo Perón a la Presidencia. Por su relación con Evita, llegó a presidir la Cámara de Diputados. Preso por la revolución libertadora, fue enviado a la cárcel de Ushuaia en compañía de otros detenidos, entre ellos se encontraba John William Cooke, que por aquellos años en carta a Perón decía: “Cámpora al ser detenido le hizo una promesa a Dios de que jamás volvería a actuar en política. Durante todo su cautiverio insistió en esta actitud. Como se pasa el día rezando, no creo que viole su juramento” (Cooke. Correspondencia. T. 1).
Luego, gracias al dinero que puso Jorge Antonio, otro de los detenidos, para arreglar la fuga, huyeron hacia Chile. Omito los comentarios de este empresario sobre el estado de ánimo de Cámpora en el trayecto que va de la cárcel a Punta Arenas. Y no por respeto a Cámpora, sino por desconfianza a Jorge Antonio, que nunca fue muy creíble en sus relatos históricos.
El hombre de San Andrés de Giles fue elegido por Perón como su delegado personal luego de que desplazara del cargo a Jorge Daniel Paladino en noviembre de 1971. Empezaba otra etapa de tires y aflojes con la dictadura militar que conducía el general Agustín Lanusse y Perón estimó que Cámpora lo representaría mejor. Veremos si eso fue así.
El Cano, como le decían amigablemente a Lanusse, había pergeñado un plan frente al caos en que estaba sumido el país luego de las puebladas provincianas. La idea era hablar con Perón, sin esa conversación las cosas irían de mal en peor. Era evidente que la proscripción del peronismo agravaba la situación. En palabras de Lanusse: “Hasta voy a tener que tragar el sapo de hablar con Perón”, dicho a las cámaras de televisión, con gestos sueltos de político avezado.
El hablar no era otra cosa que poner en marcha el Gran Acuerdo Nacional (GAN), la fantasía del antiperonismo militante. ¿En qué consistía el GAN? Sencillo: restituir los restos de Eva Perón, colocar el busto del general en la galería de presidentes, extenderle el pasaporte, la prescripción de las causas civiles que aún quedaban, devolverle la jerarquía militar, el uniforme y los salarios no abonados. Frente a tanta generosidad, ¿qué debía hacer el general? Renunciar a su candidatura y acordar con el resto de los partidos la del general Lanusse. ¡Un disparate colosal!
Como Perón no lo hizo, el Cano se enfureció y decretó la cláusula del 25 de agosto que decía que para ser candidato en las próximas elecciones se debía: “Estar presente en el país antes del 25 de agosto de 1972 y residir permanentemente después de esa fecha”. El mismo decreto agregaba que no podrían ser candidatos quienes viajasen al exterior por más de quince días sin informarle al ministro del Interior.
Sabido es que Perón no vino antes del 25 de agosto, lo hizo el 17 de noviembre de 1972. De modo que Perón quedaba proscrito una vez más. Por otro lado, no pudo torcer la voluntad de la dictadura militar. La movilización a Ezeiza no alcanzó para cambiar la relación de fuerzas. Y la mayoría de los partidos políticos decidieron concurrir a elecciones sin importar la nueva proscripción. Fue en esas circunstancias que Perón decidió nominar a Cámpora-Solano Lima como su fórmula. ¿Por qué lo hizo?
Porque no podía ser. Porque Cámpora también estaba prohibido. Había infringido el decreto del 25 de agosto. Dejemos que Lanusse nos lo cuente: “La fórmula indicada por Perón incluía a Cámpora, quien no se había ajustado a la norma preelectoral de no abandonar el país sin el conocimiento y autorización del ministro del Interior. Perón no ignoraba esa imposición. ¿Por qué pues hizo esa designación? Es razonable pensar que lo fue para encontrar en el veto de su candidato el pretexto para resolver el voto en blanco que le permitiera, o bien continuar ejerciendo su influencia a distancia como en 1963, o bien provocar un clima de honda perturbación política y social que pudiera influir inclusive sobre las Fuerzas Armadas y, en consecuencia, llegar a provocar la caída del gobierno” (Mi Testimonio. Lanusse).
En síntesis, lo propuso a Cámpora para que lo vetaran. Llamar al voto en blanco, voltear a la dictadura y entonces sí presentarse libremente. Sin la mediación de Cámpora, que fue una de las más graves tragedias de nuestra historia.
Lanusse no lo vetó, violó su decreto, porque estaba convencido de que con ballotage el delegado de Perón no ganaba. Y embromó a Perón. Claro, al país también.
Cámpora se coló entre un juego de fulleros. ¡Y se la creyó! En su libro escrito en el exilio afirmó: “Yo conservaba siempre la intención de culminar el mandato recibido; así me lo requerían las aspiraciones del pueblo argentino”. ¿Desde cuándo las aspiraciones del pueblo argentino eran que Cámpora fuera presidente? ¡Por favor! La aspiración era Perón. Cámpora rodeado de la izquierda peronista y de las organizaciones armadas hundió al país en el caos y la desesperación que lamentablemente Perón no tuvo tiempo de ordenar.
El nombre que Néstor Kirchner eligió para el agrupamiento de los jóvenes incluye la traición, la deslealtad y la violencia como antivalores del accionar político. Así les va a ir.