Por: Dardo Gasparre
No es la primera vez que el Presidente habla de la necesidad de un Estado bueno, que cuide a la gente para que viva mejor. Lo hizo desde antes de la campaña y lo repite ahora. Luce sano y conmovedor que alguien que conduce los destinos de la nación esté inspirado por este noble impulso, pero me gustaría refrescarle algunos conceptos al ingeniero Mauricio Macri, por si acaso le sirven la experiencia ajena y la historia.
Es un clásico que políticos y funcionarios de buena voluntad crean que ellos sí son capaces de administrar bien el Estado, es decir, de conseguir que funcione la parte supuestamente virtuosa del esquema estatista, sin tener las contrapartidas negativas tan conocidas. Ilusamente, suponen que se trata de un problema de gestión y no comprenden que las burocracias tienen vida propia y su estructura crece autónomamente, como el cáncer.
Como material más cercano, pueden leer, tanto usted como el ingeniero, mi artículo de febrero de 2015 en este medio, donde fundamento en detalle las razones por las que corrupción y estatismo son sinónimos, y la correspondencia biunívoca de ambos conceptos. Si eso les parece poco, pueden leer mi nota de noviembre de 2014, también en este medio, donde analizo las consecuencias finales y fatales que el protagonismo del Estado tiene sobre las libertades del individuo, su libre albedrío y su felicidad.
Cito estas dos notas de mi autoría por una cuestión de autoestima, pero debo aceptar que no fui original: hay cuatro mil años de historia que avalan ese comportamiento y esas consecuencias.
Por supuesto que sonará simpático y popular, y tendrá un enorme apoyo, la idea de un Estado bondadoso, eficiente, que se ocupe de que la gente viva cada día mejor, atendiendo todas sus necesidades. Que reparta justicia social, bienestar, que premie a los buenos y castigue a los malos, como la momia de Titanes en el ring. Con toda sinceridad, espero que Mauricio Macri esté haciendo gala de cintura política al hacer estas afirmaciones y que no crea seriamente eso que dice. Sería trágico.
Ese Estado idílico es simplemente imposible y catastrófico. Inexorablemente estallará en corrupción, apropiación, ineficiencia, parálisis y cercenamiento de las libertades. El ministerio de la felicidad, que describiera con tanta imaginación George Orwell, el paradigma soviético, el sueño socialista de Lenin terminan siempre en el estalinismo y la hambruna.
La burocracia, además, esencia, razón y fin del estatismo, tiene vida propia. Es capaz per se de devorarse a todos quienes quieran combatirla. Vuelvo a citar los inmortales trabajos de Cyril Parkinson y sus leyes sobre el crecimiento de ese flagelo, que ya no se enseñan en las facultades no por ser inexactas, sino porque van en contra de los propios burócratas que manejan la enseñanza.
Otro detalle que vale la pena recordar: un déficit realista de ocho puntos del PBI es que ese Estado bondadoso es carísimo y las necesidades de la sociedad para ser feliz y vivir mejor son interminables. ¿Con qué se espera financiar esa bondad inconmensurable? Hay tres maneras. Más impuestos, más emisión (inflación) o más deuda.
Destaco un último punto que está presente en mis notas citadas, que puntualizo para quienes seguramente no las leerán: este Estado bondadoso y generoso tiene como cómplices a las corporaciones sindicales y empresarias. No sólo se asocian con él, lo penetran, lo invaden, lo succionan, lo dejan exangüe, como el cáncer se mimetiza y esconde dentro de las células para ser defendido por el propio sistema inmunológico.
Se llama proteccionismo, desarrollismo, defensa de las fuentes de trabajo, vivir con lo nuestro, Braden o Perón, la Patria Grande, Mercosur, antiimperialismo, como se quiera denominar, según la conveniencia de cada momento. Y también termina siempre igual. Con corrupción galopante, desempleo, escasez, falta de inversión, default, aumento de la pobreza, estafa al trabajador y al jubilado. Agregue ahora el narco y la entrega real de soberanía territorial.
Si Cambiemos quiere decir “Hagamos lo mismo, pero esta vez lo haremos bien, seremos buenos, honrados, eficientes y justos”, por favor, pare en la esquina que me bajo. Mi aporte al éxito de este Gobierno es tratar de que ponga la valla más alta. Para bajársela y equivocarle los objetivos están sus enemigos.