No son buenos tiempos para la democracia en nuestra subregión. Después de un breve lapso en que se estableció el juego electoral y fueron eliminadas todas las dictaduras, excepto la cincuentenaria de los Castro en Cuba, estamos en presencia de señales preocupantes.
Los signos de alerta no son ya mera retórica, provienen de gobiernos y gobernantes que haciendo uso de métodos democráticos están transformando las constituciones para cambiar las reglas de la competencia por el poder político y las que rigen la economía.
Los presidentes de los países que conforman el grupo ALBA, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, encabezan la andanada antidemocrática aprovechando la circunstancia de contar con alianzas mayoritarias en sus congresos. Son cuatro los campos en los que han desplegado medidas encaminadas a eternizar el nuevo modelo de gobiernos revolucionarios.
En primer lugar, apuntan a la realización de cambios constitucionales que les permitan sembrar la inalterabilidad de su atropello. Todo comienza con la convocatoria de asambleas constituyentes en las que imponen la reelección por segunda y tercera vez y hasta la eliminación, como en el caso de Nicaragua, de toda restricción de tal forma que el mandatario pueda eternizarse en el cargo. Elevan a rango constitucional su “proyecto político”, el “socialismo del siglo XXI” o el “socialismo bolivariano”, pisoteando una regla básica de la democracia que estipula el cambio de programas políticos sin tener que apelar a cambiar la constitución.
Intentan involucrar a las fuerzas armadas en la defensa de sus ideales como si fuesen los de la sociedad, lo que implica la politización y la intervención indebida de las armas en la arena de las disputas partidistas, quebrantando así su naturaleza neutral, la defensa de la constitución y la integridad de la nación.
En segundo lugar, ya desde el ejercicio práctico del poder, los mandatarios del ALBA arremeten contra los medios de comunicación que son críticos u opositores. La persecución llega a los extremos de expropiar diarios, cadenas de televisión y de radio, bloqueo de periódicos con medidas monopolizadoras del papel y la expedición de leyes que restringen y censuran la libertad de opinión y de crítica.
En tercer lugar, el modelo neodictatorial pone en marcha su pensamiento económico, con intensidad variada en cada país, según las resistencias y conveniencias ocasionales. Inflan el tamaño de sus estados, reniegan de la racionalidad fiscal, reemplazan con subsidios demagógicos la necesaria producción de riqueza, atacan la libre empresa con nacionalizaciones y expropiaciones, debilitan el espíritu del emprendimiento individual, espantan y hostilizan la inversión extranjera, aunque solapadamente esconden turbias maniobras corruptas propiciando negocios con multinacionales y gobiernos dictatoriales de potencias mundiales.
En cuarto lugar, los neodictadores entablan relaciones diplomáticas con potencias dictatoriales extracontinentales, asunto legítimo, pero, cuando detrás viene la comprar de armamento estratégico, el facilitamiento de puertos y bases aéreas, y ahora la amenaza de intervención en favor de Nicaragua en su pleito con Colombia, pues lo que tenemos es un malquistamiento con los Estados Unidos y el hundimiento del ideal americanista que ha regido las relaciones entre los países del continente.
El modelo neodictatorial liderado por Maduro, Ortega, Correa y Morales cuenta con aliados oportunistas que medran por algún beneficio económico, como el anacrónico y despótico régimen de los Castro de Cuba y el de la dinastía kirchnerista de Argentina. Y se distingue en la cotidianidad política por el trato insultante a los opositores, el lenguaje soez del que fue maestro Chávez y luego Maduro, su patética fotocopia, las amenazas de cárcel a los críticos y la violencia de sus adeptos al mejor estilo de los fascistas y comunistas. Alebrestar a las masas desde el gobierno es parte de su inconfundible estilo, poner las diferencias en el plano de todo o nada, son parte de su personalidad política.
A algunos no les ha bastado cambiar la constitución pues han llegado más lejos en su afrenta a la institucionalidad democrática. Es el caso de la abatida Venezuela en manos de Chávez y ahora del usurpador Maduro que se dota de leyes habilitantes para proceder con total arbitrariedad y dictar medidas a su antojo mientras habla con pajaritos y se le aparece el rostro del muerto. En Nicaragua, Ortega mueve su siniestra mano para eternizarse en el poder arropado en un discurso nacionalista lamentablemente apoyado por una dirigencia política que aunque no profesa su ideología, transa por dádivas y prebendas.
De manera que lo que estamos presenciando no es un cuento, no es amenaza fantasmal ni invento de mentes paranoides. Detrás de esta lamentable y perniciosa política se mueven a placer los ancianos Castro, que hasta se han dado el lujo de sobrevivir con el regalado petróleo venezolano que luego exportan.
El peligro es serio y real. Lo que está ocurriendo en Venezuela es decisivo para el porvenir de la democracia. Y ni modo de no mencionar la situación colombiana en la que una guerrilla, todavía más proclive a una dictadura de ese estilo que la reseñada, y apoyada en la violencia y el terror, pretende alcanzar un estatus que les permitiría forjar un gran movimiento social sin entrega de las armas, con el apoyo de políticos ingenuos y oportunistas y de sectores empresariales ilusionados por una eventual paz. Colombia no está a salvo de entrar en esa onda, desgraciadamente.
Ha habido y hay, por fortuna, una gran resistencia en nuestros países hacia ese experimento y mientras se mantenga habrá esperanza para la libertad y la democracia.