Por: Diego Hernán Armesto
El 11 de septiembre se festeja el Día del Maestro, fecha establecida por la Conferencia Interamericana de Educación (1943) en homenaje al gran educador argentino Domingo Faustino Sarmiento.
Pero Sarmiento fue mucho más que el hombre que llevó a cabo la transformación educativa en la Argentina. Integró esa gloriosa Generación del 37, donde Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Bartolomé Mitre, Juan María Gutiérrez, entre otros, proyectaron un país sobre la base de la ilustración, la ciencia, el respeto a la ley y el progreso como fundamento de la construcción republicana.
El gran maestro sanjuanino fue uno de nuestros padres fundadores. A partir de sus ideas, nos invitó a pensar un nuevo orden político y social. Esto quedó demostrado, claramente, en la polémica epistolar con Alberdi. Cartas quillotanas y Las ciento y una implicaron una lucha discursiva entre dos maneras de pensar este nuevo orden. Nadie puede negar la profundidad del debate ni la pasión existente en cada uno de esos escritos, que, en definitiva, significaron el paso fundante para la construcción de nuestro país.
Desde su perspectiva, el progreso era fundamental para el desarrollo de las repúblicas sudamericanas, así como también la profundización de los lazos de asociación, que debían construirse, indefectiblemente, a partir de la libertad de pensamiento y de la igualdad de los Estados. Para ver cristalizado dicho proyecto, sostenía que era necesaria la convocatoria a un congreso constituyente y la promulgación de una constitución.
Como todos los hombres de su época, concebía la ciencia como primordial para el desarrollo de la sociedad, como un poder que dotaría a esta última de verdaderos instrumentos de desarrollo para el perfeccionamiento de la civilización. Asimismo, sostenía la necesidad de educar, de construir ciudadanía, para que, de esta manera, los principios republicanos de Gobierno se cumplieran acabadamente.
Sarmiento reivindicaba nuestra forma de Gobierno, ya que, según él, el sistema representativo contribuía al buen funcionamiento de las instituciones y del orden político. En esta línea, su participación en la Convención Constituyente de 1860, donde se enmarcaron la institucionalidad y el respeto a los principios republicanos, es otra muestra de su aporte a la nación.
En definitiva, Domingo Faustino Sarmiento integró ese selecto grupo de hombres que comprendía que era posible vivir en una república. Seguramente existen partidarios y detractores de su obra, pero nadie puede negar su aporte, porque negarlo sería omitir una parte tanto vital como fundacional de nuestra historia. Por ello, resulta necesario recordarlo no solo como el gran maestro, sino como uno de nuestros padres fundadores.
Con palabras ensalzadoras, Carlos Pellegrini dijo, el 11 de septiembre de 1888: “Su nombre pertenece ya a la historia, y cuando la República Argentina sea una de las grandes naciones de la tierra y sus hijos vuelvan la mirada hacia la cuna de su grandeza, verán destacarse la sombra de Sarmiento, consagrado desde hoy y para siempre como uno de los padres de la patria”.