Cristina, la macartista

Diego Rojas

Twitter cuenta entre sus características más potentes la de ser una herramienta individual de comunicación social más general. En las intervenciones públicas que supone cada tweet se pueden colar, entonces, apreciaciones personales, subjetividades, la propia ideología, con las virtudes y riesgos que ello implica. Una circunstancia que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no debería haber ignorado: sus últimas intervenciones en la red social denotan un grosero macartismo, una visión retrógrada del mundo y la exhiben en todo su reaccionario esplendor.

La presidenta Fernández se refirió en su cuenta de Twitter a los encontronazos que hubo entre las organizaciones que conforman el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia (EMVJ) y los organizadores del acto oficialista que reúne a los organismos de derechos humanos kirchneristas en ocasión de las movilizaciones en conmemoración del inicio del golpe de 1976 ocurridas el último domingo 24 de marzo. Escribió que de un lado había: “Gente uniformemente vestida de rojo, autotitulada de izquierda. Amenazantes, con garrotes en sus manos”. Agregó: “Del otro lado, jóvenes vestidos de azul, celeste, o blanco con banderas argentinas, brazos y manos entrelazados, haciendo cordón humano…”. La mención a las banderas rojas describía al cordón de seguridad del EMVJ, que agrupa a los organismos de DDHH críticos con el gobierno y a la oposición de izquierda. En el discurso del máximo poder del Estado, volvía la oscura figura de la estigmatización macartista, de recurrencia múltiple en la historia de la nación.

La mentada política de puertas abiertas a la inmigración que habría convertido a la Argentina en un “crisol de razas” se mostraba en crisis a fines del siglo XIX cuando aquellos extranjeros que habían poblado las pampas fundaban los primeros sindicatos del país influidos por las tendencias anarquistas y socialistas que primaban en la Europa de sus orígenes. El combate estatal contra las ideologías revolucionarias tuvo su máxima expresión parlamentaria bajo el segundo gobierno de Julio Argentino Roca cuando se aprobó la Ley de Residencia, impulsada por Miguel Cané a pedido de la Unión Industrial Argentina, que permitía expulsar del país sin juicio previo a elementos considerados disolventes. Los “rojos” eran, de este modo, eliminados higiénicamente del cuerpo social de la nación. La Liga Patriótica (de composición de clase altiva y de triste recuerdo debido a sus progroms y ataques a las organizaciones obreras de la época) justificaba su accionar con el siguiente planteo: “Vivimos en pleno ambiente de agitación tenebrosa, dirigida por dinamiteros de prensa roja contra el obrero desamparado”. La identificación de las banderas o, en la jerga reaccionaria, “trapos rojos” como elementos disolventes de la argentinidad fue convocada de tanto en tanto a lo largo de toda la historia del país. Su último episodio y el más grave ocurrió con la dictadura de 1976, que provocó torturas, asesinatos y miles de desaparecidos. El último domingo se conmemoraba el comienzo de aquel gobierno golpista de Videla, Massera y Agosti. Ese día en la plaza de Mayo otra vez banderas rojas se ubicaban en frente de las blanquicelestes del “ser nacional”.

El gobierno kirchnerista y sus adeptos habían montado una provocación. A pesar de que el EMVJ organiza el acto desde hace 17 años y que desde 2005 –cuando los organismos afines al gobierno kirchnerista se retiraron del Encuentro– se realizan dos movilizaciones (una K, la otra opositora de izquierda) y que se coordinan los horarios para permitir el uso de la plaza por ambas tendencias, los K habían decidido que este año las cosas serían diferentes. Habían anunciado que su acto duraría hasta la caída del sol, en un abierto desafío a la realización del acto de la oposición de izquierda. El gobierno había decidido que las denuncias contra la red de espionaje estatal conocida como Proyecto X, contra el asesinato reiterado de miembros de la etnia qom por parte de las autoridades gubernamentales kirchneristas de Formosa, contra el cobijo oficial al sindicalista Gerardo Martínez de pasado como buchón de los servicios de inteligencia bajo la dictadura -entre otras- se quedaran sin voz. De su presencia o no en la plaza dependía la posibilidad de la estructuración de la izquierda como una de las variantes políticas de la oposición (y por eso recurrieron, incluso, a pedir una reunión con el jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medina para contemporizar posiciones, pedido que fue rechazado). Las organizaciones del EMVJ decidieron avanzar.

Encontraron resistencia física a su avance por parte de elementos patoteriles que forman parte de la estructuración política de La Cámpora. A pesar de que la miopía política de la dignataria los haya descripto como “jóvenes vestidos de azul, celeste, o blanco con banderas argentinas, brazos y manos entrelazados” (faltaba que dijera que portaban entre sus manos entrelazadas las rosas blancas de la reconciliación) en realidad allí se encontraban “batatas”, miembros de los grupos de choque estructurados por Guillermo Moreno en el INDEC (son conocidos como “Los 12 apóstoles” en afinidad con el catolicismo ultramontano del que hace gala el secretario de Comercio) y lúmpenes que –vigorizados por el alcohol– le hacían frente al ingreso de “los troskos” a la Plaza. Fotos de ese sector muestran a un hombre qPlazue no sería otro que Guillermo Moreno –también llamado “Guillote”, ducho en el arte de la provocación y experto en dirigir operaciones de los patovicas kirchneristas que recluta en el Mercado Central para imponer “el orden” allí donde el oficialismo se lo requiera. Finalmente, la avanzada de la izquierda (y sus banderas rojas) desbarató la provocación K, y el acto opositor se pudo realizar antes de que el sol cayera. Algo que, como se vio, disgustó a la Presidenta.

El señalamiento condenatorio de las banderas rojas por parte de la máxima autoridad del Estado es una manifestación fascistizante. Cristina Fernández de Kirchner decidió continuar la provocación por otros medios, esta vez, virtuales. No es un exabrupto o un giro a la derecha, sino una explicitación del lugar político en el que se estructura el kirchnerismo en la actualidad. La intención de impedir las denuncias sobre las violaciones a los DDHH que se realizan hoy no era el único objetivo, sino realizar una demostración de fuerza frente a las organizaciones de izquierda que impulsan en estos momentos grandes huelgas docentes y estatales, que ganan comisiones internas de fábricas y centros de trabajo y que se conforman como un núcleo dinámico de las luchas paritarias. La maniobra derrotada no evita que la Presidenta posicione a este sector como un espacio a combatir en el próximo periodo –a la vez que solidifica el posicionamiento conservador que experimenta el oficialismo, cuyo último episodio es la adhesión en bloque al campo clerical y vaticano. Un fenómeno que, en última instancia, da cuenta de la existencia de las tendencias internas a la reacción que surcan el kirchnerismo.