Por: Diego Rojas
En Rashomon, el clásico de Akira Kurosawa, cuatro personajes dan sus versiones acerca de un asesinato. Todos los relatos difieren entre sí, aunque todos se refieren a un mismo hecho. En ese sentido, se podría decir que los principales candidatos para las elecciones de este domingo son unos candidatos rashomon: los tres (Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa) estructuran discursos diferentes para un hecho político que los unifica: el ajuste y la devaluación.
Hay quienes lo plantean más abiertamente, otros lo intentan ocultar —aunque en reuniones empresariales, el seminario de Idea, por ejemplo, lo admitan sin tapujos.
Como Scioli, el nuevo ídolo de los antiguos cristinistas de paladar negro. Si hacía unos pocos meses Scioli representaba a los intereses de la Embajada y el magnettismo, hoy es un supuesto exponente de lo nacional y popular que designa como futura ministra de Economía a Silvina Batakis —su muestra más concreta y profunda de progresismo es que va a alentar a su equipo a la cancha sola. Los kirchneristas quisieran ver a Scioli como parte de su fantasía de “patria latinoamericana” que habría sido fundada con los actuales presidentes del continente y celebran por ello su reunión con Dilma Rousseff, presidente de Brasil. Sin embargo, ese espejo es, tal vez, el más realista y el que los termine de despertar del relato somnífero K. Rousseff postuló como caballito de batalla de su campaña que debía ser votada porque si no era así, llegaría el ajuste realizado por la derecha. Sin embargo, el ajuste lo puso en marcha el oficialismo dirigido por Rousseff. “Devaluación, caída de los ingresos de la población, contracción del nivel de actividad, aumento del desempleo, deterioro de las cuentas fiscales y ahora también una rebaja en la calificación de riesgo crediticio. Brasil atraviesa una grave crisis económica cuyas derivaciones últimas resultan difíciles de prever”. Esta descripción no fue realizada por sectores destituyentes que atacan al “Gobierno popular” del vecino país, sino que se trata de un análisis económico publicado el último domingo en Página 12.
Miguel Bein, ministro de Economía “en las sombras” de Scioli, anunció una devaluación y un acuerdo con los fondos buitre —tal como había planteado el “presidente” de la liga de gobernadores, el ultramontano Juan Manuel Urtubey. Batakis, ministra del antiguo “clarinista” Scioli desde hace años, es la gran esperanza blanca de los cristinistas, cuando en realidad será el foquito de luz a cambiar cuando se decida el apagón de la devaluación. No sufrirán los actuales camporistas: su camaleónica capacidad de adaptación a las circunstancias los convertirá en los más férreos defensores del ajuste si llegara a ganar el antiguo motonauta acompañado por el ex —hace tanto tiempo ya— maoísta Carlos Zannini, más parecido en todo caso a Deng Xiaoping.
Macri representa el ajuste abierto y Massa, el ajuste abierto de raigambre kirchnerista. Por más que ciertos así llamados “intelectuales” quieran ver en Mauricio a un modernizador y sientan que es posible hacer de la Argentina toda una nueva Manhattan —utopistas, si es posible esa expresión—, Macri representa a los sectores que propugnan el ajuste más audaz. Lo más cercano a Manhattan que podría acercarse la política macrista es su devoción por los financistas que desarrollan sus actividades en Wall Street. Por eso Miguel Kiguel plantea sin tapujos una devaluación del 50% (dijo que el dólar oficial debería fijarse entre 14 y 16 pesos) y señala que la otra variante a la devaluación es la baja de salarios. Federico Sturzennegger, Alfonso Prat Gay, Carlos Melconian, entre otros, integran el equipo de los ajustadores del proyecto del PRO.
Massa es un compadrito de barrio y hará lo que le indiquen que hay que hacer, esto es, la devaluación y el ajuste. Ya hizo lo que se le indicó bajo su mandato como jefe de Gabinete kirchnerista, lo repetirá. Y no porque no quiera hacer otra cosa: la crisis económica argentina es estructural y es por eso que todos acuerdan en negociar con los fondos buitre, acordar y así poder acceder a préstamos internacionales, más allá de sus usurarias tasas —las mismas fijadas a los créditos a los que accedió el kirchnerismo. No les queda otra: restan alrededor de cuatro mil millones de reservas netas en el Banco Central. Ninguna salida de los candidatos que rinden pleitesía a los empresarios en los seminarios de Idea podrá intentar evadir la crisis sin promover que su peso se descargue sobre los trabajadores y los sectores populares.
Todo esto bien lo sabe Margarita Stolbizer, quien hizo alianzas con Macri y Massa en ocho provincias, y así mandó al tacho de basura de la historia el nombre de su agrupación: Progresistas.
Por eso votar a Nicolás del Caño presidente y a la lista del Frente de Izquierda es una acción necesaria desde el punto de vista de la independencia política y de la demarcación de un camino alternativo para salir de la crisis. Plantea que es posible, a través de un plan estructural, reordenar la sociedad bajo nuevas bases y reorganizar la economía en función de la industrialización del país de acuerdo con los intereses de las clases que viven de su trabajo. Y es más importante aún, porque votar al Frente de Izquierda significa ingresar diputados con esta perspectiva al Congreso Nacional, incrementar la bancada nacional, que ya tiene este sector político e ingresar diputados provinciales y concejales en muchos distritos del país. Construir con estos voceros parlamentarios un polo político de organización y acción con una perspectiva socialista. Frente a las circunstancias de la crisis mundial y cómo amenaza a la Argentina y a la inmensa mayoría de su población, el único voto útil es el voto al Frente de Izquierda.