El reciente fallo de la Corte de Justicia de la Haya sobre el litigio de demarcación marítima entre Chile y Perú, considerado moderadamente favorable a Lima, es un recordatorio de que la geopolítica, los orgullos nacionales y las demarcaciones y mojones no han sido licuados por el avanze de la globalización y el comercio. Ni aún en dos países que se han insertado de manera más que inteligente y virtuosa en el marcado internacional y que cuentan con una envidiable baja inflación, reservas internacionales y flujos de inversiones extranjeras y nacionales.
Cabría recordar que el mundo intelectual dedicado al estudio de las Relaciones Internacionales y la seguridad global tiende a considerar a América Latina en general y a Sudamérica en particular un espacio sustancialmente marginal en el entendimiento de la problemática de la guerra y la paz. Los focos de atención desde ya están puestos en Medio Oriente, Asia Central, Norte de África y ni que decir del gran tablero estratégico del Asia-Pacifico de la mano del ascenso de China y la firme voluntad de los EEUU de no ver disminuido su poder en esa zona.
No obstante, si bien son pocos los académicos de renombre internacional que han dedicado sus estudios a nuestra zona no por ello son menos valiosos los materiales que han publicado. Entre ellos se destacan Holsti, Kacowics, Mares, Jones, Centeno, etcétera. A pesar de las diferencias en sus análisis y conclusiones, un punto los unifica en gran medida, la comprobación de que los países sudamericanos constituyen una “anomalía” positiva vis a vis otras áreas geográficas. Con ello se refieren a la extremadamente baja tasa de guerra interestatal que se ha visto durante el siglo XX y lo que transcurso del XXI.
En la disciplina de las Relaciones Internacionales se suele considerar guerra a una disputa armada entre dos o más Estados que provoca una cantidad de muertos y heridos en torno a los mil. Con eso se busca evitar que se entremezclen casos de guerras civiles y choque fronterizos de escasa magnitud. Esos filtros nos dejan un listado limitado a la sangrienta guerra de Paraguay y Bolivia en la década del 30 (en cierta medida un choque indirecto entre una Argentina que respaldaba a los primeros y un Brasil empeñado en consolidar a los segundos), los casos de Perú contra Ecuador en 1942, 1980 y 1994 y Malvinas 1982 con la Argentina combatiendo una potencia extra regional como el Reino Unido. A esta cantidad escasa, se le agrega que esas sangrías no se extendieron a choques directos entre los países con mayor peso económico y militar durante esa centuria como son los casos de Argentina y Brasil.
Algunos abordajes superficiales, ingenuos o mal intencionados, se han aferrado a esta “anomalía” para argumentar lo innecesario de invertir en Defensa. Los académicos antes citados evitan temeraria afirmación para explicar que uno de los motivos básicos, no único como veremos, de ese fenómeno es justamente un sustancial equilibrio de poder y alianzas cruzadas (Argentina y Perú versus Chile y Ecuador por ejemplo) que contribuyeron a que los costos de aventuras bélicas fuesen considerables y desalentaran a los actores a tomar esa vía.
A ello se suman otros aspectos como es la enormidad de la superficie de nuestros países (basta comparar con los países europeos) y la existencia de Estados subdesarrollados a los cuales les resultó más que dificultoso armar cadenas logísticas para sostener esas eventuales guerras. También hay referencias al rol de una cierta identidad histórica, religiosa, idiomática en común heredada de España, la tendencia a políticas exteriores legalistas o muy aferradas a pedir buenos oficios para evitar guerras, sea teniendo que recurrir al presidente de los EEUU como hicieron Argentina y Brasil a fin del siglo XIX, la corona Británica por parte de Argentina y Chile a comienzos del siglo XX y luego en 1972, el Papa en 1978 por el Beagle o la misma Corte de la Haya entre Argentina y Uruguay por las pasteras y el ahora analizado caso de Perú y Chile.
Lo profundamente “maquiavélico” de las políticas domésticas de nuestros países durante esa centuria tenían como contracara ese legalismo externo. En otros casos, fue la Providencia, si uno es creyente, o la casualidad la que evitó la conflagración, tal el caso de la tormenta que evitó la colisión armada de las marinas argentina y chilena días antes de la Navidad del 78. Tampoco cabría olvidar otra “anomalía”, que hemos abordados en anteriores artículos y retomaremos en próximos, tal como fue la sustancial neutralidad y moderación que tuvo Brasil cuando Buenos Aires enfrentó situaciones bélicas con Chile y bélicas con el Reino Unido por Malvinas. Momentos aquellos, en especial durante 1978, cuando aún no se había firmado el acuerdo de 1979 que puso fin al litigio con Brasilia por el uso de los ríos binacionales.
La llegada de la ola democratizadora en los 80 y las exigencias económicas derivadas de la crisis de la deuda externa que se extendió como plaga sobre nuestros países para la misma época alentaron fuertes avances en la resolución de litigios fronterizos. Para fines de los ’90 el escenario estaba para muchos cercano al “fin de la historia” o el ideal de una región sin hipótesis de conflicto entre sus actores. La verdad que esa mejoras reales y concretas en las medidas de confianza mutua y comercio, no impidieron que perdurarán hasta el día de hoy unas 12 disputas territoriales no cerradas (incluyendo hielos continentales entre Argentina y Chile, Bolivia-Chile, Venezuela-Guyana, Colombia-Nicaragua, Costa Rica-Nicaragua, etcétera). A esto se sumo no obstante, las que estaban aparentemente “cerradas” o acordadas y se volvieron a “abrir”. Uno de esos casos claramente es el de Perú y Chile por la demarcación marítima.
Durante medio siglo desde lo firmado por ambos en 1954, ese tema no paso a mayores hasta que a comienzos de la década pasada sucesivos gobiernos peruanos decidieron elevar la cuestión a la Haya. Cabe recordar que cuando se produjo la presentación formal de Lima en ese tribunal, la entonces presidenta Michelle Bachelet, enfundada con un uniforme camuflado del Ejército chileno, se subió a uno de los tanques que realizaban maniobras militares a gran escala en la frontera con Perú. Hija de un Brigadier de la Fuerza Aérea y laureada con distinciones en uno de los mejores institutos de formación en temas militares de los EEUU, la entonces y nuevamente ahora mandataria chilena no dudo en enviar un claro mensaje a la dirigencia peruana.
Al listado de focos de tensión no resueltos en su momentos y las heridas cicratrizadas y luego reabiertas, se le debe sumar los efectos que en la estabilidad región provocan el accionar de organizaciones narcoarmadas que operan más allá de los límites nacionales. Como ejemplo central, las FARC y el ataque que llevo a cabo Colombia con bombas GPS provistas por los EEUU contra el campamento del comandante Reyes. Esa acción derivó en una escalada verbal y militar del fallecido Hugo Chavez contra Bogotá, que hoy sabemos estuvo cerca de derivar una conflagración de imprevisibles consecuencias.
Asimismo, las cuestiones ambientales-económicas han mostrado su poder de desestructuración de relaciones constructivas entre los Estados, inimaginable poco tiempo atrás, como el caso de Argentina y Uruguay por las papeleras. En otras palabras, los actuales y futuros decisores de nuestros países podrían solicitar a algunos de sus múltiples asesores y especialistas algunos breves resúmenes de los académicos que hemos citado al inicio de esta nota. Les ayudará a evitar clichés, sobre-simplificaciones o malos entendidos de peligrosas consecuencias. Cuando se comienza a generalizar la idea de repensar el rol de las FFAA para actuar en temas transnacionales como el narcotráfico y el crimen organizado, cabe recordar que el gran desafío de los futuro “Príncipes”, como diría Maquiavelo, será afrontar y compatibilizar esta nueva realidad que requiere cooperación y coordinación dentro del Estado y sus agencias y con sus pares de a nivel regional, hemisferio e internacional, reglas de combate claras y marcos legales previsibles, con la subsistencia de factores geopolíticos más tradicionales e “interestatales” como los que hemos analizado. Ambos tableros están, estarán e interactuarán en el futuro previsible.