Se han cumplido dos meses desde la asunción de Mauricio Macri. Es un lapso escaso para un balance de su Gobierno, pero suficiente como para identificar algunos rasgos que probablemente se vayan acentuando a lo largo de la gestión.
En primer lugar, se respira un clima de normalidad que hacía muchos años no teníamos. No hay cadenas nacionales, no hay puestas en escena constantes, no hay una figura que invade casi diariamente nuestros hogares con el dedo levantado para señalar enemigos por todas partes. No hay propaganda política del Gobierno en la transmisión de los partidos de fútbol. No hay relatores militantes. No hay programas que desde los medios estatales se dediquen a hostigar a los adversarios del oficialismo. No hay anuncios de obras que ya fueron anunciadas varias veces. No hay convocatorias abruptas a gobernadores, empresarios y sindicalistas para servir de decorado a discursos presidenciales cuyo contenido se ignora previamente.
Hay, por el contrario, respeto a las instituciones. El Presidente dialoga con líderes opositores. También dialoga con sus propios partidarios, a los que atiende y escucha. Sabe que no es infalible y no tiene el menor empacho en rectificar alguna decisión cuando advierte que no es la mejor. Los ministros, por su parte, trasladan esa forma de trabajar a sus áreas, al actuar en equipo, privilegiar el profesionalismo.
Los problemas heredados, claro, son mayúsculos e imposibles de solucionar en pocas semanas. La devastación producida por el kirchnerismo fue muy profunda. Algunos partidarios de la señora de Kirchner descubren ahora candorosamente la inflación y dan voces de alarma, como si hasta el 10 de diciembre pasado los precios se hubieran mantenido estables. La sociedad argentina es menos tonta de lo que ellos creen (como también debieron haberlo advertido, con sorpresa, luego de las elecciones de fines de año pasado) y sabe que los incrementos se originan en el enorme déficit dejado por la administración anterior, que era financiado por una desbordante emisión monetaria. De aquellos polvos, estos lodos. A medida que se ordene la macroeconomía, los precios van a bajar. No será de un día para el otro, porque en las penosas condiciones en que debió asumir Mauricio Macri una política de shock podría acentuar la recesión y la caída del empleo.
Será vital para encauzar la economía restablecer una fluida relación con el mundo. Desde el primer día de su Gobierno, el presidente Macri lo está haciendo vigorosamente. El arreglo con los holdouts es clave para destrabar créditos e inversiones. El Gobierno argentino ha demostrado firmeza y seriedad, pero también la inequívoca vocación de cumplir lo que surge no solamente de compromisos contraídos por el Estado argentino, sino también de sentencias firmes del tribunal que nuestro país, presidido entonces por Néstor Kirchner, eligió para la resolución de las controversias que pudieran suscitarse. El lamentable desafío del anterior Gobierno a esos fallos y la demora en regularizar la deuda externa no han hecho más que incrementar el monto que deberá pagarse. Pero hay que encontrar de buena fe una solución al tema, porque sin ella seguiremos en un aislamiento que sólo puede prolongar nuestra decadencia.
El Presidente no ha vacilado en rescindir contratos de personas que no trabajaban y que cobraban un sueldo sin otra contraprestación que su militancia partidaria. Pero nadie que trabaje debe temer, sean cuales fueren sus ideas políticas. Lo que debe comprenderse es que el Estado es un instrumento de la sociedad para cumplir fines comunes, no un botín de guerra del partido que asume el poder.
El rumbo es claro; el timón está empuñado firmemente, pero sin altanería ni jactancia. La meta es mejorar sensiblemente la calidad de vida de los argentinos y establecer las bases para un desarrollo sostenido con equidad social. Es un proyecto generoso, que recién se ha iniciado y se halla abierto para ser enriquecido por todas las personas de buena voluntad, cualquiera sea su proveniencia. Como todo esfuerzo de cambio, despertará resistencias, pero la gran mayoría de los argentinos sabe que no podemos seguir mirando desde la estación cómo pasa el tren de la historia.