Por: Leandro Querido
La democracia actual no se ajusta demasiado a lo que imaginaron los griegos en el siglo V a. C. El ágora proyectada, moderna, no existe. Se ha transformado en la actualidad en otra cosa. Se trata de la era de la política espectáculo en donde abundan los mensajes mediáticos insistentes, repetitivos y abrumadores de las personalidades que compiten por el poder. La plaza pública se ha convertido en un spot de publicidad. La comunidad dialógica fue reemplazada por el storytelling.
Es lógico que en un mundo atravesado por la economía ese ciudadano comprometido con la res publica se haya desvanecido (si alguna vez existió) para dar lugar a otro caracterizado como un individuo aislado cuyo objetivo es maximizar sus beneficios. Esa democracia empírica fue agudamente detallada y anticipada por Joseph Schumpeter, al decir que los ciudadanos no pueden informarse debidamente por el costo del tiempo y la pérdida de descanso. Si hay un bien escaso en la actualidad, es el tiempo.
Por lo tanto, la democracia ha perdido su sustrato movilizador para transformarse en un método por el cual esa masa de individuos aislados y con poco tiempo para informarse seleccionará a los que van a gobernar. El ideal de una democracia sustancial se materializó en una democracia procedimental.
En este contexto todo se simplifica. Las elecciones pasan por un eje elemental: continuidad o cambio. Si bien ese nuevo ciudadano tiene poco tiempo para informarse, su acción siempre será racional. Para maximizar su voto tratará de obtener información certera, se resistirá, muchas veces sin éxito, a ser manipulado. A mediados del siglo XX, cuando se desarrollaron estas teorías que vinculaban lo económico con lo político, las encuestas eran novedosas y contaban con un gran prestigio. En la actualidad han perdido credibilidad. Este método científico ha sido desvirtuado, los ejemplos de manipulación se repiten elección tras elección. Es por ello que ese ciudadano desinformado ya no las considera a la hora de definir su voto. Ese espacio ha sido ocupado por la madre de todas las encuestas: la elección primaria.
Se ha dicho que las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias funcionan como una gran encuesta sin margen de error. Es sobre esta base informativa que opera ese ciudadano maximizador de beneficios electorales y políticos a los efectos de decidir entre la simple dicotomía continuidad o cambio.
Cuando no se habían implementado las primarias, se escuchaba una frase de manera repetitiva: “En la primera vuelta se vota con el corazón, en la segunda con la cabeza”. Ahora, en un proceso electoral de tres actos, esta frase aplica solo en las primarias y en parte. Es que ha quedado claro que ese voto racional ya opera en la primera instancia electoral. En Cambiemos, Ernesto Sanz y Elisa Carrió, y en UNA, Juan Manuel de la Sota lo comprobaron en carne propia. Además, de las 15 fórmulas que compitieron, sólo 6 pasaron a la general.
El cineasta Juan José Campanella ha dicho de la elección de octubre: “Hay sólo dos melodías”. Una frase exacta y sintética que resume todo el debate teórico que hemos presentado. Es poco probable que los votos que fueron en agosto a Daniel Scioli no tengan el mismo destino en octubre. Lo mismo ocurre con el segundo. Los votos de Mauricio Macri volverán a ir para Mauricio Macri. El problema lo tiene el tercero, Sergio Massa.
Este contexto condicionante influye en ese elector, sobre todo cuando está en juego un cargo ejecutivo, en donde solamente “gana uno”. Por lo tanto, si todo se resume en continuidad o cambio, ¿qué sentido tiene votar por el tercero o por el cuarto? Actuar de esta manera es casi una decisión irracional. En otras palabras: el votante de UNA en las primarias que quería y quiere cambio no tiene ahora incentivos para volver a votarlos.
Insisto. En esta suerte de mercado político, si se considera al candidato como un “vendedor de políticas públicas” a cambio de “votos”, ¿por qué ese elector maximizador de objetivos políticos le va a dar su voto al candidato que no llega a la segunda vuelta? Es decir, que no le va a poder “pagar”. ¿Por qué ese elector que votó a Sergio Massa con la intención de provocar un cambio lo votaría nuevamente si ahora ese mismo candidato perjudica ese objetivo?
Si bien es inconducente universalizar este comportamiento, un segmento electoral se sentirá cómodo al hacerlo. Más aún si lo que está en juego es la posibilidad de un ballotage, es decir, el ámbito que saldará el dilema continuidad o cambio. En este contexto, las preguntas son las siguientes: ¿qué porcentaje de los más de cuatro millones y medio de electores que obtuvo UNA en las primarias apelará al voto útil? ¿Cuántos de estos electorales mantendrán la fidelidad en categoría diputados, pero cortarán boleta en favor del candidato que garantiza una segunda vuelta?
Más allá del esfuerzo del Gobierno por reinstalar la candidatura de Sergio Massa, la lógica del voto útil es implacable. Sólo resta saber qué porcentaje de los votantes de UNA en las primarias ponderará la opción de la segunda vuelta sobre la fidelidad al candidato.