Por: Walter Habiague
Hace cuarenta y tantos años, después de sobrevivir a Ezeiza, después de Rucci y un rato antes de morir, Perón sugirió públicamente que aquel que no estuviera de acuerdo con la doctrina peronista, se quitara la camiseta y a otra cosa. Muchos jóvenes quedaron en cuero.
Pasados esos cuarenta años, una especie de “hijos viudos” de aquellos jóvenes que Perón convidó a tomar aire, otra vez se dicen peronistas pero se prueban la camiseta de Cámpora y así, a los empujones, cuelan en la interna peronista un debate doctrinario perdido de entrada.
¿Qué significa este capricho adolescente en señorones de treinta y pico? ¿A qué viene este berrinche doctrinario que hace puchero por un reto que ya gasta medio siglo? ¿Revancha sobre un Perón muerto? ¿Litigio de una herencia?
Creo que en el fondo este desplante a destiempo es un intento de matar a Perón, definitivamente, con un gorilismo tardío. Porque ser gorila siempre significó lo mismo. Aunque muchos de sus militantes no lo sepan, ser gorila no es militar contra Perón, sino contra la doctrina nacional que Perón puso en práctica para siempre, aunque hasta Yrigoyen ha tenido sus gorilas, incluso dentro del propio radicalismo.
Aunque signifique caer en el juego revisionista y anacrónico que desde dentro del peronismo proponen los admiradores del odontólogo, es necesario volver a explicar que el gorila es, esencialmente, antipopular. Por eso es “vanguardista”, porque se cree superior a aquello que, en el fondo, desprecia: el pueblo.
El gorila, nunca quiere conducir al pueblo. Quiere cambiarlo, porque para él, el pueblo no entiende nada. El gorila es demagogo y populista porque no sabe ser popular. Le sale mal el acento del barrio.
El gorila es un remedo iluminado. Miente hasta sin saber, porque niega la realidad. Otra vez: el pueblo.
Por eso el peronismo es (como lo fue el radicalismo en su momento) el coto de caza de cuanta vertiente gorila exista. El gorilismo se disputa al peronismo desde adentro, otra vez.
En esto ha tenido culpa mayor el propio peronismo que ha intentado apropiarse de Perón sin entender que Perón instauró de una vez y para siempre conceptos políticos nacionales que hoy ninguna fuerza política puede desconocer. Se puede ser peronista o no. Lo que no se puede es negar o permanecer al margen de, por ejemplo, la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social.
En el siglo XXI, cada fuerza política traducirá estos grandes conceptos estratégicos en tácticas más o menos acordes con su posición ideológica, pero lo que ninguna fuerza puede hacer es permitirse el lujo que hoy se arroga el oficialismo: heredar a Perón por la ventana.
Tan gorilas han sido y son, que se quisieron permitir corregir a Perón e inventarse una versión mejorada, un Perón a medida, a la carta.
Y tanto despreciaban a Perón que lo hicieron con Cámpora y… lo vuelven a hacer también con Cámpora. Cuarenta años de nada. Para el eterno disconforme, para el fracasado, para el vanguardista agrio que se empecina en su idea, nada vale; ni el tiempo transcurrido ni la sangre vertida.
Las ideas no se matan pero nada impide intentarlo, y con Perón pareciera ocurrir eso mismo. Pretender congelar su figura y categorías políticas al carnet de afiliación o a la sencilla enunciación de un peronismo de salón, es quitarle dimensión y sustancia.
Quizá por ese Perón de papel maché que se han ideado, a los funerales doctrinarios del verdadero Perón hoy concurran, bajo una misma bandera, Kunkel y Boudou.
Matar a Perón hoy quiere decir renunciar al interés nacional y subordinarlo a principios teóricos de ideologías enlatadas. Matar a Perón es forzar la realidad del mundo y de la Nación para que encuadre en la propia idea o disimule la propia ineptitud.
A riesgo de ser “peronólogo”, y me disculparan mis amigos peronistas que me meta en estas cuestiones, lo que uno ve es que a cuarenta años de su muerte, Perón sigue en agonía. Y cuando digo esto, digo que está vivo.
Si el peronismo sigue permitiendo que el ideario gorila use su movimiento para disfrazarse de popularidad, que las vanguardias avejentadas quieran camuflar su revancha, el país entero es el que pierde la posibilidad del desarrollo real y concreto porque naufraga en una teorización insustancial.
El peronismo debería, a mi juicio, buscar su centro y hallar entre sus filas a la persona o la vertiente interna que lo consolide como una fuerza política que le proponga al pueblo eficiencia en la administración pública, recomponer el rol de Estado como prestador de servicios, seguridad basada en el bienestar del conjunto, distancia de los conflictos internacionales innecesarios y por sobre todo, dignidad.
Si no, vamos a ver más de esto, lamentablemente: la enorme figura de Perón con la remera de Cámpora.
Hasta a mí me da vergüenza.