Por: Walter Habiague
Está claro que el Gobierno Nacional no va a permitir que La Argentina gane si él no puede ganar.
Si no puede mostrar una victoria, se encargará al menos de que nadie más pueda, ni siquiera el país. La victoria será solo para sus enemigos a la carta, porque eso habilita al oficialismo a exhibir una derrota épica.
Metido por su propia decisión arrogante en una restructuración de deuda vendida por ellos mismos como “la más exitosa de la historia”, prefirió la soberbia a la habilidad y quedó entrampado en una red de cláusulas y slogans. Quizá comprando el discurso que él mismo vende para consumo interno, pensó que el conflicto era solo entre La Argentina y los buitres sin ver en qué maraña de intereses geopolíticos metía al país como excusa.
Si, como dijo la Sra. Presidente, hay que buscar otro nombre que no sea default para la situación argentina frente a sus compromisos financieros externos, propongo la palabra boicot.
Un boicot desde el propio gobierno nacional a cualquier solución del conflicto que no pasara por sus manos o que no le permitiera mostrar una victoria en la barricada imaginaria, esa ficción de gesta detrás de la que el oficialismo suele parapetar su impericia (por ser módicos).
Boicot ha sido la insania de volver a de ofrecer a último momento y como opción salvadora las mismas condiciones que fueron rechazadas desde el principio y que derivaron en el juicio y en la sentencia firme que desestima, justamente, esa oferta salvadora.
Boicot ha sido que a lo largo de toda la negociación las primeras figuras del Ejecutivo Nacional se comportaran públicamente y desde atriles oficiales como militantes en pleno fervor, agitando rabias contra esos buitres con los que nuestros abogados tenían que negociar.
Boicot ha sido la presencia del ministro de Economía en la reunión final y su discurso que empieza con la palabra “buitres” mientras se desarrollaban gestiones entre privados para destrabar el problema.
Boicot ha sido la contradicción de un Ejecutivo dudosamente orgulloso de ser un pagador serial mientras insistió con solicitadas, retóricas, idas, vueltas, llegadas tarde, amenazas y promesas.
¿Puede el Gobierno Nacional explicar sin la palabra boicot por qué todo el tiempo hizo pública su “estrategia de negociación” judicial? ¿Mentía para consumo interno o estaba avivando el avispero?
Al gobierno nacional le sirve que el país descienda al nivel de los holdouts porque al oficialismo no le conviene perder al Gran Enemigo Externo a esta altura. Ya en retirada y con tropa dispersa, no le quedan enemigos internos más o menos serios. En estas escenas finales, el Gobierno ha perdido el fundamento de su dinámica y no encuentra en su gestión hechos trascendentes que inflamen el pecho de su militancia. Forzado por la realidad y estafado por su propia ingenuidad, después de arriar todas sus banderas ante Repsol y el Club de París (inútilmente), ya no convoca. Un modelo de conducción basado en épicas efímeras y consecutivas a falta de sustancia, necesita mejorar al menos la sustancia de sus enemigos.
El oficialismo fue capaz de perder a propósito al solo efecto de ser una víctima. El gobierno sin enemigos usa al patrimonio nacional como señuelo de campaña y como bomba para su reemplazo.
En las circunstancias políticas actuales, no se explica el silencio de la oposición parlamentaria y de los “presidenciables”. No se explica por qué, tratándose de una política de Estado, el Congreso de la Nación no pide que el Ejecutivo le devuelva la facultad de negociar la deuda pública y por qué el Ejecutivo, con tanta “voluntad de diálogo”, no la ofrece.
No puede ser sano que la oposición se siente a mirar como el oficialismo juega a la “gallina” mientras acelera de frente para ver quién se corre primero. Aunque el Ejecutivo ya tenga decidido dar un volantazo a último momento o no, el juego mismo es una pérdida irrecuperable de dignidad.
Hoy la prioridad de la política es evitar que CFK encuentre su nueva épica a costas de la Argentina.