Por: Alberto Valdez
Falta muy poco para las elecciones legislativas y crece la incertidumbre respecto a lo que va a ocurrir a partir del lunes 28, evidentemente el escenario aparece como más interrogantes por el estado de salud de la presidenta Cristina Fernández. El martes 20 de agosto anticipamos en esta columna que la reacción de CFK ante la derrota en las PASO volvía “a poner en el centro de la escena los temores por la gobernabilidad y una transición ordenada hacia 2015”.
Decíamos además que “lamentablemente no parece estar disponible el escenario de la transición ordenada en medio de un fin de ciclo que anticipa además un cambio de régimen”. Todo parece indicar que los pronósticos son más preocupantes de lo previsto luego de las primarias de agosto porque la intervención quirúrgica a la jefa de Estado puso en evidencia la debilidad de un gobierno que sólo depende de la voluntad de una persona que aparentemente volverá a sus funciones para la segunda quincena del mes próximo.
A su regreso, Cristina deberá afrontar serios problemas en materia económica y financiera pero ahora la encrucijada se centra en que el proceso de recuperación demorará más de lo que se preveía inicialmente. Es cierto que no deberá asumir personalmente el mal trago de una probable derrota electoral dentro de dos domingos pero su ausencia en el poder ya dejó de ser un déficit para el kirchnerismo y se ha transformado en un problema muy difícil de solucionar en el corto plazo y que afecta a la gobernabilidad.
Cada vez es más evidente que la gestión diaria en cada ministerio está paralizada y gran parte del gabinete ha ingresado en una guerra de todos contra todos. Pese a que se ha repetido hasta el cansancio que el timón está ahora a cargo del poderoso secretario legal y técnico, Carlos Zannini, lo cierto es que este funcionario es parte de la intriga palaciega que tanto ha desordenado a la administración K. Hizo todo lo posible para impedir la asunción formal de Amado Boudou mientras dura la recuperación de la presidenta. Es sabido que no confía en el vicepresidente pero su poder radica en su proximidad a CFK pero carece de ascendencia sobre todo del arco oficialista. Y ella se ha negado a dirimir peleas internas que han comenzado en el arranque de su segundo mandato.
Siempre se ha dicho que en los gobiernos conviven “halcones” y “palomas” y la administración K no ha sido la excepción, aunque con un detalle no menor: Cristina es la jefa del ala más radicalizada del oficialismo. Ella siempre se mostró más proclive a tomar decisiones más influida por Axel Kicillof o Guillermo Moreno que por Boudou, Hernán Lorenzino o Julio De Vido. Así se gestó la estatización de YPF o la nueva ley del mercado de capitales, dos ejemplos del “vamos por todo” en materia económica.
Sin embargo, el aval a los “halcones” no supuso una alteración en la relación de fuerzas dentro del gabinete. Se supone que Moreno y Kicillof tienen más poder que Lorenzino pero como la interna no está saldada todos opinan cuando son consultados y lanzan operaciones contra el otro. Boudou y el ministro de Economía quieren conseguir los dólares que faltan para enfrentar un 2014 desafiante haciendo bien los deberes con los mercados y los organismos multilaterales, como el FMI, el Banco Mundial o el BID. Incluso, han vuelto con la idea de obtener fondos frescos tomando deuda. Pero esa receta no genera adhesiones en Zannini, Kicillof o Moreno, quienes prefieren juntar esos billetes estadounidenses tan anhelados “presionando” a las empresas con más rentabilidad y encajándoles un BAADE. A su vez, el titular de la AFIP, Ricardo Etchegaray, archirrival del secretario de Comercio, no sólo conspiró contra la prórroga del blanqueo sino que además le seguirá reclamando a las cerealeras que cumplan con las deudas que tienen con ese organismo por más que compren esos bonos que le quiere imponer el ala dura.
La saga de comedia de enredos dentro del equipo económico confirma que los mayores problemas del oficialismo pasan por el desfasaje de la balanza comercial, la falta de dólares para importar energía y la inflación que se acelera. Aunque todo se complica más porque cada uno de estos funcionarios tiene un diagnóstico y recetas disimiles que han sido escuchadas por CFK pero hasta ahora se negó a declarar un ganador. Entonces todos se animan. Hasta el titular de la Anses, Diego Bossio, se lanza a preparar un plan económico y sueña con suceder a Lorenzino en el Palacio de Hacienda.
En este contexto crecen los temores al día después de las elecciones con pronóstico de derrota y sin la presidenta en funciones. ¿Se tomará el rumbo que plantean los halcones o quedará todo a mitad de camino? Incluso, esa incógnita puede extenderse aún con el regreso de Cristina al control de su administración. También la incertidumbre alcanza al frente político respecto a cómo jugará ella frente a la disimulada tensión reinante entre Daniel Scioli y el kirchnerismo de paladar negro con miras a 2015. ¿Se inclinará por el gobernador de Buenos Aires o postergará cualquier gesto que influya sobre su sucesión?
Todo parece indicar que la transición que comienza el lunes 28 no será nada sencilla en términos institucionales. No sólo importa y mucho cuando y cómo regresa la presidenta a la Casa Rosada sino además con qué gabinete quiere afrontar los dos últimos años de gestión. ¿Podrá seguir concentrando todas las decisiones después del alta médica? Y en caso contrario; ¿con quienes piensa compartir el gobierno si está obligada a delegar? ¿Más Zannini y Máximo o una apertura al pejotismo y los gobernadores? Demasiadas dudas para calmar la preocupación de propios y extraños.