Delirium tremens: los extremos se tocan en Cuba

Claudia Peiró

Una izquierda trasnochada que habla de victoria castrista coincide con un sector recalcitrante del exilio y del lobby cubano en USA que ve una imperdonable concesión a la dictadura caribeña.

El anuncio de Barack Obama y Raúl Castro sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana ha descolocado a ambos extremos que, como recordó aquí mismo Martín Guevara, se tocan. Y coinciden en el error.

Ni uno ni otro sector piensan en el pueblo cubano: unos lo identifican con el régimen, como si el castrismo no fuese una dictadura sino la legítima representación de la ciudadanía; otros, privilegian el interés sectorial de su comunidad favorita de exiliados y el sostenimiento de una retórica, que se extinguiría con el fin del comunismo.

Lo verdaderamente auspicioso no lo ven. Y es que, si este proceso evoluciona favorablemente, Castro y su régimen ya no tendrán “buitres” a los que apuntar para justificar la opresión del pueblo cubano.

Los ideologismos de ambas orillas no sólo se tocan; se necesitan uno a otro para subsistir. Se proveen mutuamente de argumentos para alimentar sus respectivos relatos.

 

Los amigos del régimen

El delirante y autorreferencial comentario de Cristina Kirchner (1) luego del anuncio, incluyó el ¿lapsus? de una reivindicación del totalitarismo de cuño soviético: “Cuando cayó el muro en 1989, ellos (los cubanos) no cayeron”.

Para la Presidente argentina, la caída de los regímenes comunistas de Europa Oriental fue una mala noticia. Una “desgracia” de la que Cuba se salvó. De todos modos se equivoca: los cubanos sí “cayeron”, en una miseria mayor aún de la que estaban acostumbrados a padecer. Una miseria que expuso crudamente la clase de dependencia que los unía al Imperio soviético. Moscú le impuso a La Habana una condición colonial igual a la de cualquiera de los Imperialismos occidentales que los valedores del castrismo tanto critican. En un diario amigo del Gobierno, un analista recordaba emocionado, tras el anuncio, una escena de los ‘60: “La inolvidable imagen de un inmenso buque soviético, con la hoz y el martillo, entrando al puerto de La Habana, (comprando el azúcar cubano y proveyendo el petróleo), a 90 millas de los Estados Unidos, era un gesto de audacia que empezaba a romper el bloqueo a Cuba”. Una evocación a la altura del análisis de Cristina.

La hecatombe económica de Cuba post Guerra Fría también demostró la incapacidad total del régimen castrista para promover el desarrollo del país, algo que no radicó tanto en el embargo, como en los delirios colectivistas y los caprichos megalómanos con los que Fidel manejó “su” isla en este medio siglo. (Ver: Los disparatados proyectos de Fidel)

Por eso resultó un cuadro de realismo mágico, escuchar a la multimillonaria mandataria argentina destacar que al pueblo cubano “le pueden faltar cosas de consumo, pero tiene (…) dignidad, libertad e independencia”.

Dignidad tienen, sin duda. Libertad e independencia, no.

Atribuirle el no desarrollo de Cuba al “bloqueo” es un argumento funcional al despotismo. Hace tiempo que no existe un bloqueo a Cuba; sólo un embargo unilateral de Washington que, como excluye medicinas y alimentos, no ha impedido que Estados Unidos sea el primer socio comercial de La Habana; una información que se desprende de la propia web del ministerio cubano. Para cualquiera que quiera ver la realidad sin anteojeras.

Eso no ha impedido a los mandatarios latinoamericanos de esta década bolivariana hacerse cómplices de todos los abusos y violaciones a los derechos humanos cometidos por el castrismo y hasta a convertirse en sus voceros: Cristina de Kirchner, Michelle Bachelet, José Mujica, Dilma Rousseff y antes Lula –casi todos víctimas de dictaduras en los 70 en sus países-, entre otros, desfilaron por La Habana para fotografiarse con los Castro y avalar con su presencia la opresión de una dictadura.

 

Esclavitud y daño antropológico

Los izquierdistas festejan el inminente fin de un bloqueo con el cual el “Imperio” no pudo asfixiar al régimen cubano, dicen. En cambio, sí tuvo éxito el bloqueo con el cual el régimen castrista asfixió durante estos años al pueblo cubano, al punto que algunos, como Hilda Molina, hablan de un “daño antropológico” del cubano como resultado de tantas décadas de opresión. Porque, como dijo el escritor francés Albert Camus, “si la tiranía, incluso progresista, dura más de una generación, ella significa para millones de hombres una vida de esclavos y nada más“.

Y esto el castrismo lo hizo, por un lado, usando como palanca el embargo y la retórica ultra del lobby cubano de los Estados Unidos y, por el otro, con la complicidad y el visto bueno de las izquierdas latinaomericanas y sus presidentes progresistas.

El embargo fue la contracara del bloqueo interno, de la conculcación de todas las libertades, de la transformación del país en una gran cárcel.

Por eso, en vez de festejar, sería más digno que los mandatarios latinoamericanos reflexionasen sobre su inacción en esta materia. Y aprendiesen de quienes verdaderamente supieron tender puentes. Queda mucho por hacer para la apertura de Cuba al mundo. Quizá puedan aportar su grano de arena.

Podría decirse en su favor que no tenía sentido retar públicamente a los Castro y que era preferible una diplomacia discreta, como la del papa Francisco. Pero es evidente, a la luz de la sorpresa con la cual recibieron esta noticia, que estos presidentes que según Cristina “se parecen a sus pueblos” (¿?) no hicieron nada por el estilo: ni se les ocurrió. Su vínculo con el castrismo y sus viajes a Cuba fueron gestos pour la galerie, para consumo interno.

Más aun, para mortificación del kirchnerismo, fue en la década del 90 cuando verdaderamente Argentina aportó al acercamiento de Cuba al Vaticano. La primera sugerencia a Fidel Castro de que debía visitar al Papa polaco en Roma provino de las filas del gobierno “neoliberal” de Carlos Menem. Y La Habana lo hizo.

Lo único que cabe lamentar es el tiempo perdido. Cuando, de resultas de aquel primer movimiento de Castro, Juan Pablo II visitó La Habana en 1998 y pidió “que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo”, desgraciadamente Fidel prefirió atrincherarse en su intransigencia y su contraparte también.

Castro desoyó el mensaje papal por temor a perder la hegemonía. No sería él quien llevaría a Cuba a una normalización política porque su supervivencia dependía de la profundización del aislamiento. Ya que la única amenaza contra la cual se pertrechó siempre el castrismo son los propios cubanos. Por eso necesitan aislarlos del mundo.

Allí radica el error de los supuestos enemigos del castrismo: creer que el fin del embargo es un favor al régimen. Cuando es exactamente al revés.

No se sabe cuáles son las verdaderas motivaciones de Raúl Castro para aceptar este diálogo, ni si su hermano sigue influyendo en la toma de decisiones. De lo que no se puede hablar es de un triunfo cuando, salvo en el discurso, ya se están arriando una a una las banderas colectivistas y poniendo todas las fichas a la iniciativa privada, a la inversión extranjera; en suma, al capitalismo.

Pero aunque el régimen haya dado este paso más por necesidad que por conciencia, la oportunidad no debe ser desaprovechada. Hay que ensanchar la grieta para que los cubanos puedan por fin liberar sus energías creativas y sacar a su país de un estancamiento de décadas.

 

(1) El comentario de Cristina Kirchner sobre la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados puede escucharse a partir del minuto 2 del video relacionado en esta nota. Cliquear aquí.