Conversando con el doctor Carlos Menen, en el año 2009, con el objetivo de recuperar algunos recuerdos de su vida política, el ex-presidente me contó que siendo gobernador de La Rioja se había reunido, hacia fines de 1973, con el entonces Presidente de la Nación, el general Perón.
El motivo de aquella conversación fue poner al tanto al caudillo justicialista de las dificultades económicas de La Rioja y las escasas posibilidades de generar trabajo genuino para su gente.
Perón, con el gracejo y el humor que lo caracterizaba, le dijo que ya conocía el problema: “¡Al fin y al cabo mi mujer es riojana! Y me ha contado que hasta las langostas cuando ingresan a la provincia lo hacen con mochilas provistas de viandas”.
El resultado de esa charla fue la ley de promoción industrial que alentó la radicación de empresas en aquella provincia al disminuir la tasa impositiva. Sin embargo lo que más vivamente evocaba Menem de aquel encuentro fueron ciertas palabras dichas por Perón al derivar la conversación hacia la política menuda. Resulta que uno de los presentes –ya no recordaba quien- le manifestó al General su preocupación por los ataques que ex miembros de la Revolución Libertadora iniciaban sobre el gobierno recientemente elegido, especialmente el inefable almirante Rojas. Perón lo miró fijamente y le dijo: “¿Pero es que acaso usted se considera más argentino que el Almirante?”
La tercera presidencia de Perón
El retorno de Perón fue un trámite complejo. Luego de su expulsión del poder, en 1955, vinieron dieciocho años de inestabilidad política donde ninguno de los intentos civiles o militares alcanzó a cumplir sus objetivos.
La violencia social y la violencia elitista se apoderaron del escenario político haciendo imposible la convivencia democrática. Perón desde el exilio, y cerrados todos los caminos institucionales para su retorno, alentó la violencia elitista que había nacido por fuera de su influencia. La violencia social ocurrió independientemente de él y de los partidos políticos. Los levantamientos de provincia tan espontáneos como imprevisibles encendieron una luz roja en la maquinaria militar que dirigía el país. Sin salida y acorralado, frente a la grave crisis, el gobierno de facto se vio obligado a convocar a elecciones permitiendo la participación del peronismo.
Fue el general Lanusse quién condujo aquel proceso tortuoso y complejo. En un principio creyó posible establecer un acuerdo con el exiliado. Y pergeñó el siguiente plan: devolverle el grado militar y el uso de uniforme, abonarle los salarios adeudados, restituirle el cadáver de Evita y levantarle las causas judiciales. En reciprocidad, Perón renunciaría a su candidatura señalando a Lanusse como el candidato de la unidad nacional. No pudo ser. Perón no entró en el juego y escribió: “El aspecto personal de Perón no cuenta en este problema y, aunque le corresponden legalmente muchas cosas, si el gobierno no quiere cumplirlas es ya cosa de la dictadura. En consecuencia Perón, personalmente, no pide nada. Hacer de todo esto motivo de negociación sería un intento de soborno, que no estoy dispuesto a aceptar”.
Lanusse, fuera de sí, lo proscribió y ante esa dificultad apareció la candidatura de Cámpora. Ni el peronismo ni Perón pudieron desarmar esa trampa, no obstante haber reunido al conjunto de los partidos políticos en el restaurante Nino. En el almuerzo estuvieron la mayoría de las fuerzas que habían participado del golpe del 55’ y también Perón. La Argentina ya no era la misma. Antiguos enemigos se sentaban a la mesa como adversarios y pensaban el país futuro. La presencia del viejo líder venía precedida de la idea de que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.
Sin embargo algo salió mal. Un sector minoritario comprometido con la violencia y con un programa político que nada tenía de peronismo se resistió a la concordia y a la unidad nacional, no aceptó la sugerencia de Perón de bajar las armas y sumarse a la vida democrática. En eso estábamos cuando la salud del General flaqueó para siempre y no pudo ver concluida su obra.
El último Perón vino a unir a los argentinos. Regresó descarnado. Como un león herbívoro. Traía en su vieja mochila de guerrero, la esperanza y la concordia. Al fin y al cabo, el gobierno que había decidido su retorno, presionado, eso sí, por diecisiete años de lucha, estaba conformado por aquellos viejos militantes de la Revolución del 55’ como Lanusse, Manrique, Mor Roig y Rojas Silveyra, entre otros. Era evidente que un ciclo se cerraba en la historia del país y Perón lo sabía. Viejos odios parecían caer para siempre.
Sin embargo aquel esfuerzo fracasó. Malos argentinos de un lado y del otro arruinaron la velada. No podemos esperar más, es tiempo de reencuentro. El país y el último Perón nos exigen la concordia y los consensos.