El análisis y la comprensión de un tema tan medular como es la sucesión presidencial requiere, a mi manera de ver, un conocimiento pormenorizado de nuestra historia. En general el periodismo aborda el asunto desde el presente y como un fenómeno aislado y recortado de la cultura política argentina. Este puro presente solo se altera con simples evocaciones refugiadas en la memoria personal del que escribe. El pasado solo ingresa hasta el límite de sus recuerdos. De esta forma y con estos condicionantes, la perspectiva es corta. Política e historia, por el contrario, se entrelazan como la noche al día y es en su devenir como hay que tomarlas.
Y digo esto pues ha sido generalizada la conclusión sacada por el periodismo respecto de la imposición de Cristina sobre Scioli, que al ponerle un vicepresidente y rodearlo de camporistas y cristinistas en las listas nacionales, provinciales y municipales Scioli, en caso de ganar, no podrá ejercer la Presidencia con autonomía, imposibilitado de llevar adelante las ideas que el periodismo y los “entendidos” le atribuyen. Sería apenas un vicario de la Señora a la hora de gobernar.
De lo leído, solo el columnista de La Capital de Mar del Plata, Jorge Raventos, ha manifestado una opinión distinta, similar a mi anterior nota aparecida en Infobae denominada El golpe de Scioli. Decía allí: Cristina no eligió, no pudo. El gobernador se impuso a ella por propios merecimientos y porque su intencionalidad de votos superaba a Randazzo, que era el candidato de la Presidente y del kirchnerismo. La jefa del movimiento no logró imponer un heredero. ¿Qué resultará de esto en el caso de que Scioli gane la presidencial? Dependerá de él, de su voluntad y su capacidad. Cristina podrá hacer poco, diría que casi nada. La historia de nuestro país, que no se repite, sirve, sin embargo, para entender las fuerzas profundas y misteriosas de la política y su comprensión puede poner algo de luz en los sucesos por venir.
Nuestro primer presidente constitucional, Urquiza, fue prescindente en la lucha electoral. Dos fueron los candidatos a sucederlo: Derqui y Del Carril. El entrerriano no abrió la boca y Derqui se impuso por su prestigio personal y su historia política. Llegado a la Presidencia, se enemistó con su jefe y finalmente fue abatido por la oposición, esto es, por Mitre, en la batalla de Pavón, con la complicidad de Urquiza, que solo eso pudo hacer para hacer a un lado a Derqui. La obra de desalojo la realizó don Bartolo y se quedó con el poder.
Al finalizar su mandato, Mitre tenía en mente un candidato: Rufino de Elizalde, su ministro de Relaciones Exteriores. No pudo imponerlo, no logró consenso. Apareció entonces Sarmiento, del mismo espacio y contra la voluntad del jefe ganó la Presidencia. Una vez electo, fue violentamente atacado por Mitre, lo que obligó a Sarmiento a buscar un acuerdo con la oposición, es decir, con Urquiza, con quien se abrazó y llegó a exclamar “Ahora me siento presidente de todos los argentinos”.
Al terminar su mandato, Roca tampoco abrió la boca. Juárez Celman se impuso como candidato, pues había construido un entramado nacional en el partido de gobierno, el PAN. Roca dejó hacer y su concuñado fue presidente. La enemistad no tardó en llegar. Pero Roca nada pudo hacer. Juárez Celman fue desplazado por la Revolución del 90 realizada por la oposición.
Hipólito Yrigoyen sí eligió a su sucesor, Marcelo T. de Alvear. Hombre de alcurnia y larga prosapia. Desde un comienzo se sospechó que eso acabaría mal. El partido se rompió en 1924. Yrigoyen volvió en 1928 y fue desplazado por el golpe del 30. El partido estalló en múltiples fracciones.
El general Agustín P. Justo propuso la fórmula triunfante en 1937: Roberto Ortiz y Ramón Castillo para volver él en 1944. No pudo ser, pues murió unos meses antes, Ortiz ya no estaba y Castillo era renuente al general ingeniero.
En 1972 Perón no pudo imponerse como candidato. Fue proscrito una vez más. En este caso por una decisión de Lanusse que obligaba al viejo general a retornar al país antes del 25 de agosto, dislate que Perón no aceptó. Propuso entonces a Cámpora, que no podía ser, con la intención de que fuera vetado por Lanusse, cosa que este no hizo. En sus memorias, el Cano afirma que no lo vetó porque eso era lo que Perón quería, para luego llamar a votar en blanco y voltear a la Junta Militar. De modo que el Tío fue el candidato impuesto por Lanusse contra Perón, razón por la cual el viejo general apoyó su posterior desplazamiento y se abrió así un profundo abismo en el peronismo.
En caso de poder hacer una síntesis, digo: los sucesores, nominados o no, terminaron mal su relación con el jefe. La única excepción fueron Néstor y Cristina. ¡Habrá que casarse entonces!