Por: Diego Rojas
“Uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia al robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”. Así describe Thomas de Quincey, con todo el poder del sarcasmo, al acostumbramiento que produce el crimen, a ese inusitado clima de irrealidad debido a que una costumbre falaz se convierte en norma. Tal vez algo así haya pasado por la cabeza de Florencio Randazzo durante los primeros minutos y horas desde que se enteró por medio de la televisión que ya no era más el hombre del kirchnerismo en carrera hacia el puesto presidencial en la disputa electoral de este año. Tal vez -en esos momentos arduos en los que atinó a amenazar con renunciar a su cargo como ministro para luego reunirse con la presidenta Cristina Fernández y el designado candidato a vicepresidente Carlos Zannini y después a retirarse a pensar- Randazzo haya recordado las admoniciones de aquellos que abandonaban el barco del poder K, que repetidamente aludían a un estado de humillación permanente por parte de sus capitanes presidenciales. Y se haya visto reflejado en un espejo. El del acostumbramiento a la humillación que describía De Quincey.
Un día antes el hombre que expresaba “la continuidad del proyecto” -y lo hacía notar mediante tuits promocionados en la cuenta del periodista y tuitstar Jorge Rial, mediante ingentes recursos de propaganda estatal y con una dudosa campaña ferroviaria llevada a cuestas- se enteraba mediante la televisión de que su carrera hacia el Ejecutivo terminaba con un anuncio en vivo en un canal de cable. “Le voy a pedir a Carlos Zannini que me acompañe como vicepresidente”, anunció Daniel Scioli, el hombre que hasta hace horas solamente el núcleo duro del kirchnerismo señalaba como un representante de la derecha menemista y neoliberal, distante por miriadas de millas del proyecto nacional y popular. Si tan sólo habían pasado pocas semanas -debió pensar el ministro de transporte- desde que la asamblea de Carta Abierta -esa reunión de intelectuales impostando kirchnerismo- había consagrado a Randazzo como su candidato, mientras el hombre llamado Florencio se mofaba del brazo ortopédico del actual gobernador bonaerense Daniel Scioli. Si Carlos Zannini -debió repasar el ministro de Transporte- era el hombre que llevaba adelante la campaña randazzista. Si el mismo día del anuncio de Daniel Scioli le había pedido a Randazzo que tomara distancia del impresentable de Luis D’Elía y Randazzo así lo había hecho, provocando unos enojados tuits del dirigente que, una vez y hace mucho tiempo, fungió como piquetero. Randazzo había anunciado hace mucho tiempo ya que él era el candidato de la presidenta y había rechazado públicamente que fuera a correr para el puesto de gobernador. Ahora debía descansar y “dejar las cosas para el día siguiente”.
Zannini había sido designado como candidato a vicepresidente. Y era una jugada definitiva. En una misma fórmula, a partir de ahora, convivirán tendencias aparentemente disímiles en el campo del poder estatal. El heredero predilecto del menemismo con el baluarte del proyecto antiopopular del kirchnerismo. Una fórmula de compromisos mutuos que anuncia futuras crisis ya que, de ganar las elecciones, será el Ejecutivo encargado de aplicar el ajuste requerido por la burguesía nacional -y que ya aplica el “nac&pop” Kicillof-. Una fórmula que no excluye el sueño húmedo del kirchnerismo de un golpe palaciego para quitar del poder a Scioli y que Zannini gobierne como sucedáneo del pedido de “Cristina eterna”. La mayor virtud del binomio Scioli-Zannini es que expresa el fin de la impostura progresista de los K -que aún así aplicaron el ajuste mediante la inflación, los techos salariales y el pago de la deuda externa, entre otros- y su acomodamiento a la perspectiva de un ajuste aún mayor exigido por el empresariado local e internacional. Todo al compás, sin embargo, de una intervención creciente de los sectores laboriosos para incidir en el mapa político de la Argentina. Mientras tanto, humillado, el kirchnerismo ultrista se lamenta por una nueva defección de sus mandantes. “Todo sea por mantener el poder”, dicen mientras aceptan que su candidato presidencial es el hijo dilecto del menemismo. Tal vez se den cuenta de cuánto vale derrumbar a cada paso los principios.