Es llamativo, sin saber los motivos, que el flamante Gobierno, a hoy, no precisara en público de modo detallado —un inventario— el colosal desarreglo macroeconómico dejado por la anterior gestión. Aquel no releva al Gobierno de aplicar las debidas correcciones, de forma acertada, pero es innegable que ese antecedente, como se suele encarar en determinados análisis económicos, arrima cierto valor entre predictivo y explicativo de las implicancias posteriores. Hay serios condicionantes, costos y tensiones, como compromisos en el uso de las políticas, no entendibles sin una cabal comprensión de ese pasado. Asimismo, juega la propia concientización de los agentes en general de las restricciones operantes.
Veamos un par de ejemplos al respecto. Por un lado, es obvio que la liberación mayoritaria del nefasto cepo, apelando básicamente a un mercado de cambios único, flotación intervenida mediante —detrás de un mayor realismo cambiario (cuyo alcance está aun abierto) —, se aplicó con falta de un plan estrictamente integral. Aún no se completó el stock de intervención señalado. Luce ausente el hito referido al crucial binomio fiscal-monetario, con lo cual, como cable a tierra, se asume cierta política de ingresos activa (aludimos al criterio en la pasada nota “Estrategia de choque y política de ingresos activa”) —queda en pie el capítulo salarial— y al alza de la tasa de interés.
Entonces, se posiciona algo aislada la política de ingresos de cara al curso de los precios y del traspaso (y se explica la amenaza importadora). Si la mezcla expansión fiscal, apremio de esta sobre lo monetario y absorción de segunda vuelta con altas tasas perdurara, tallaría la aritmética displacentera de Thomas Sargent-Neil Wallace —con sus incordios—, que ya vivenciaron Axel Kicillof-Juan Fábrega en parte del 2014.
No obstante, y más sin aquel inventario, la inercia fiscal-monetaria de arrastre luce indesmontable de entrada. Cuadraría, entonces, intentar, en perspectiva, girar la pendiente, cambiar el ritmo al respecto. Aquí aportaría el recorte de los subsidios económicos (los que suman al inicio el efecto de la depreciación); sin duda, una tarea pesada. Pero, asimismo, véase que en medio del raudo avance del gasto público (y de la presión fiscal global), el gasto en personal total (activos, pasivos, asistidos) triplica al de los subsidios. Y, en gran parte, se indexa atendiendo al curso salarial global. O sea, el complicado combo ligado a la variable salarial (bono de fin de año, magnitud del traspaso, cálculo de la inflación de referencia, modo de procesar inflación pasada y esperada, cronograma de ajustes de sueldos), en rigor, perfila una de las principales pruebas para la suerte del esquema de política incoado.
Otro ítem clave afectado por el bodrio macro heredado. Buscar superarlo exige un duro proceso readaptativo: cambios de precios relativos y demás. ¿Cabe una recuperación generalizada ya? No, más bien la prioridad es consolidar aquel, dar chances a esa recuperación. Claro, mientras, oiremos la oportunista letanía contra el ajuste de quienes, justamente, generaron y apañaron ese bodrio.
En fin, se tomaron medidas importantes, pero bajo un marco parcial. Es una partida muy brava, con severas incógnitas y con compromisos de políticas que, sin un inventario, quedan velados en su raíz. Lo que sí, no hay vuelta. Si se frustra este primer esquema, nadie sale ganando. Podría atisbar una ruta aun más dolorosa hasta hallar la solución.