Por: Nicolás Tereschuk
Las elecciones presidenciales de 2015 tendrán lugar en un contexto inédito por varias razones. La más obvia de ellas es que se desarrollarán luego de doce años de gobierno de un mismo signo político, un récord desde 1983 hasta la fecha. Cuando falta algo más de un año para que los precandidatos se inscriban en las internas abiertas, obligatorias y simultáneas hay otro elemento que llama la atención: la proliferación de posibles precandidatos.
Del lado de la oposición, Hermes Binner, Ernesto Sanz, Julio Cobos, Sergio Massa y Mauricio Macri han expresado su intención de ser candidatos o alientan una postulación. Pero también desde el oficialismo Daniel Scioli, Sergio Urribarri, Florencio Randazzo, Juan Manuel Urtubey, Aníbal Fernández y Jorge Capitanich figuran como postulantes. Se habla asimismo del ministro de Defensa, Agustín Rossi, o del presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez.
De por sí, la multiplicidad de candidatos -varios de ellos con una impronta competitiva y para nada “testimonial”- parece una novedad si analizamos las transiciones durante los últimos gobiernos. Ni Raúl Alfonsín ni Carlos Menem tenían demasiados nombres para menear cuando se acercaba el final de su mandato.
Así, en un contexto económico muy difícil, Alfonsín debió bendecir a regañadientes a Eduardo Angeloz, que expresaba posiciones políticas diferentes a las de su gobierno. Algo parecido le ocurrió a Menem, que, tras salir a impulsar una re-reelección, no tenía a mano ningún dirigente menemista con posibilidades para evitar que Eduardo Duhalde se convirtiera en el “candidatro natural” del PJ. En ambas coyunturas, por el lado de la oposición las fichas estaban jugadas a un postulante: el justicialista Carlos Menem en 1989 y el radical Fernando de la Rúa en 1999.
En esta oportunidad, de cara a las primarias de 2015 -si es que resultan con tantos candidatos como a priori aparece- un elemento a analizar es si los candidatos buscarán una polarización en sus posiciones -de defensa absoluta de las políticas oficiales, de un lado, y de rechazo total, por el otro- o si las convicciones, aunque también la conveniencia, hará que los planteos converjan “hacia el centro” del tablero político.
En este sentido, cuánto de “continuidad” y cuánto de “cambio” expresen los candidatos comenzará a definirse con el desempeño económico y social que pueda mostrar el gobierno de Cristina Kirchner con sus políticas. Por ahora, los múltiples candidatos que aparecen en esta instancia tienen un elemento en común. Ninguno de ellos le plantea al electorado -al menos el discurso- un giro de 180 grados en las políticas del país.
Desde la oposición, si bien marcan una serie de problemas y preocupaciones, sobre todo en el ámbito económico y en materia de seguridad y realizan críticas a distintas políticas del Gobierno, aseguran que la Argentina tiene oportunidades a partir de 2015. Una expresión de esa idea la manifestó, por ejemplo, el líder del PRO, Mauricio Macri, en el último foro de Davos: “la Argentina tiene una oportunidad histórica, a partir del 2015, porque tenemos todas las condiciones para ser un país grande”.
Aunque no se dice lo suficiente, aún en un contexto nuevo y cambiante, luego de la devaluación del peso producida en enero pasado, un país que llega a la transición con niveles de deuda externa bajos tanto para el sector público como el privado, con un sistema bancario sólido, una posibilidad cierta de hacer crecer con fuerza su producción hidrocarburífera e importantes niveles de inversión en seguridad social y educación es una verdadera novedad para los últimos 30 años de democracia. Como suelen decir los dirigentes políticos “para 2015 falta mucho tiempo”. Veremos cómo transcurre.